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Historia del Arte de Rosario

Rosario, polo cultural de la zona sur de la provincia, se dio el lujo de ver nacer y "expulsar" a Lucio Fontana, Antonio Berni y a varios de los artistas que en los años 60 pasaron de la experimentación a la vanguardia y marcaron el cierre de un ciclo en el arte argentino con "Tucumán Arde"

Fernando Farina | Crítico de Arte
15-set-1999

Los pintores viajeros

Rosario, constituida en torno a la imagen de la Virgen del Rosario, fue declarada ciudad en 1852, y tuvo un gran impulso económico entre 1861 y 1910, período en que se construyó el puerto y se habilitaron los ferrocarriles y las carreteras que sirvieron de puerta de entrada al centro y norte del país. En las primeras décadas de este siglo, la exportación triguera convirtió a la ciudad en "el granero del mundo", y por esa y otras razones, en "la Chicago argentina".
Al constituirse en centro productivo y comercial del sur de la provincia, desde mediados del siglo pasado y hasta los primeros años de este siglo, comenzaron a pasar por Rosario varios pintores de oficio -algunos residieron durante años y provinieron sobre todo de Italia-, que recorrían diferentes zonas para retratar a las clases más adineradas, hacer alguna que otra obra de temática histórica o decorar con alegorías las iglesias, los teatros y las casas particulares con la marca de un academicismo contaminado por distintos movimientos europeos, en un abanico que va desde el impresionismo a los macchiaioli italianos.

Antiguas casas y Catedral
Salvador Zaino
Félix Rosetti, Bernardo Ortiz, Francisco Solano Ortega, Rafael Barone y Pedro Blanqué son algunos de los primeros nombres que quedaron en la historia de la ciudad, sobre todo los tres últimos que fueron partícipes principales de la Primera Exposición Provincial de Rosario en 1888, que tuvo un apartado para las bellas artes.
El engrandecimiento de Rosario por su actividad portuaria y el rápido aumento demográfico por la inmigración cambiaron el panorama de la ciudad en pocos años. Entre fines del siglo pasado y principios de este, se difundió la actividad de los pintores de oficio y se crearon las primeras empresas de pintura, escultura, yesería y estucado (los protagonistas fueron Ragazzini, Cayetano Gratti, Carlos Righetti, Vimercatti, Luis Levoni, Domingo Fontana, Julio Angel Galli, Salvador Zaino, Gerónimo Fontana, Luis Fontana, Scarabelli, Gusella y Staffieri, entre otros) que se sumaron a artistas contratados temporariamente (como Nazareno Orlandi, Francisco Stella y José Carmignani) para la decoración de edificios como el Palacio de Justicia, la Catedral, los Tribunales, el teatro La Opera (actualmente El Círculo), el demolido Teatro Colón y el hotel Italia, además de numerosas residencias particulares y panteones familiares.

La niña del caracol
Alfredo Guido
La formación de academias y talleres de pintura y dibujo al iniciarse el siglo fue el anticipo de la primera generación de artistas rosarinos. Mateo Casella, Zaino (1898-1942), Blanqué (1849-1928), Ortega, Barone, Ferruccio Pagni, Enrique Munné (1880-1949), Dante Verati, Enrique Schwender (1877-1960), Fernando Gaspary (1877-1954) y Eugenio Fornells (1882-1959) fueron algunos de los principales maestros que enseñaron el arte del retrato, la figura humana y el paisaje. Ellos iniciaron a Emilia Bertolé (1898-1949), César Caggiano (1894-1954), Augusto Schiavoni (1893-1942), Alfredo Guido (1892-1967), Tito Benvenuto (1886-1957), Juan de los Angeles Naranjo (1897-1952) y Manuel Musto (1893-1940).
Sin embargo, los artistas no recibieron consideraciones especiales y las primeras familias ostentadoras del naciente poderío económico prefirieron requerir productos y obras traídas directa o indirectamente del extranjero.

Con los pintores amigos
Augusto Schiavoni
Las aperturas de la galerías Witcomb (1918) y Souza (1912), sumada a la edición de Pagana, considerada la primera revista local de crítica y arte, y la instauración del Salón de Otoño (1917) por parte de la asociación El Círculo que, dirigida por Rubén Vila Ortiz, reunía a un grupo de promotores culturales, son los primeros signos de difusión de la actividad.
Sin embargo, la ignorancia y la intolerancia siempre pudieron más, y en 1923 hasta las esculturas para el Monumento a la Bandera proyectado por Lola Mora casi terminan tiradas al río ante el clamor de muchos y luego de que una comisión desautorizó su diseño y ejecución. Los celos y rencores políticos llevaron a que el grupo escultórico quedara prácticamente abandonado a su suerte. Sólo unas pocas esculturas sobrevivieron, que actualmente están instaladas en el pasaje Juramento.
La producción de esos años está caracterizada por la influencia académica italiana que perduró hasta que algunos artistas que viajaron a Europa regresaron con las primeras visiones renovadoras que difundieron en el medio.

El peralito en fiesta.
Manuel Musto.
Gustavo Cochet (1894-1979), formado en Rosario, permaneció más de veinte años en Francia y España, hasta la derrota de los republicanos en la Guerra Civil Española. De regreso trajo una producción realista pero influida por movimientos como el fauve.
Augusto Schiavoni compartió con Domingo Candia, Musto y Emilio Pettoruti su estadía en el Viejo Mundo a mediados de la década del 10 y asistió al taller de un académico pintor italiano, Giovanni Costetti (el mismo que guió los pasos de Candia y Caggiano), para luego sintetizar su imagen en una visión intimista relacionada en su composición con los primitivos italianos. Ignorado a su regreso, terminó recluyéndose. Logró un solo premio a lo largo de su vida ("Naturaleza muerta" en el salón de 1931), sin embargo actualmente es considerado por parte de la crítica como uno de los más importantes artistas argentinos de este período.
Manuel Musto, que estuvo dos veces en Italia, produjo una imagen que se relaciona con el impresionismo, plasmada en coloridos y luminosos retratos, paisajes y naturalezas muertas. De vida torturada y con graves problemas de salud, también terminó encerrado. Como legado, dejó su casa (la actual Escuela Musto) para la ciudad.





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