Rosario, constituida en torno a la imagen de la Virgen del
Rosario, fue declarada ciudad en 1852, y tuvo un gran impulso económico
entre 1861 y 1910, período en que se construyó el puerto y se
habilitaron los ferrocarriles y las carreteras que sirvieron de puerta de
entrada al centro y norte del país. En las primeras décadas de
este siglo, la exportación triguera convirtió a la ciudad en "el
granero del mundo", y por esa y otras razones, en "la Chicago
argentina".
Al constituirse en centro productivo y comercial del sur de
la provincia, desde mediados del siglo pasado y hasta los primeros años
de este siglo, comenzaron a pasar por Rosario varios pintores de oficio -algunos
residieron durante años y provinieron sobre todo de Italia-, que
recorrían diferentes zonas para retratar a las clases más
adineradas, hacer alguna que otra obra de temática histórica o
decorar con alegorías las iglesias, los teatros y las casas particulares
con la marca de un academicismo contaminado por distintos movimientos europeos,
en un abanico que va desde el impresionismo a los macchiaioli italianos.
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Antiguas casas y Catedral Salvador Zaino |
Félix Rosetti,
Bernardo Ortiz,
Francisco Solano Ortega,
Rafael Barone y
Pedro Blanqué son algunos de los primeros nombres que quedaron en la
historia de la ciudad, sobre todo los tres últimos que fueron
partícipes principales de la Primera Exposición Provincial de
Rosario en 1888, que tuvo un apartado para las bellas artes.
El engrandecimiento de Rosario por su actividad portuaria y
el rápido aumento demográfico por la inmigración cambiaron
el panorama de la ciudad en pocos años. Entre fines del siglo pasado y
principios de este, se difundió la actividad de los pintores de oficio y
se crearon las primeras empresas de pintura, escultura, yesería y
estucado (los protagonistas fueron
Ragazzini,
Cayetano Gratti,
Carlos Righetti,
Vimercatti,
Luis Levoni,
Domingo
Fontana,
Julio Angel Galli,
Salvador Zaino,
Gerónimo
Fontana,
Luis Fontana,
Scarabelli,
Gusella y
Staffieri, entre otros) que se sumaron a artistas contratados
temporariamente (como
Nazareno Orlandi,
Francisco Stella y
José Carmignani) para la decoración de edificios como el
Palacio de Justicia, la Catedral, los Tribunales, el teatro La Opera
(actualmente El Círculo), el demolido Teatro Colón y el hotel
Italia, además de numerosas residencias particulares y panteones
familiares.
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La niña del caracol Alfredo Guido
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La formación de academias y talleres de pintura y
dibujo al iniciarse el siglo fue el anticipo de la primera generación de
artistas rosarinos.
Mateo Casella,
Zaino (1898-1942),
Blanqué
(1849-1928),
Ortega,
Barone,
Ferruccio Pagni,
Enrique Munné (1880-1949),
Dante
Verati,
Enrique Schwender (1877-1960),
Fernando Gaspary
(1877-1954) y
Eugenio Fornells (1882-1959) fueron algunos de los
principales maestros que enseñaron el arte del retrato, la figura humana
y el paisaje. Ellos iniciaron a
Emilia Bertolé (1898-1949),
César Caggiano (1894-1954),
Augusto Schiavoni (1893-1942),
Alfredo Guido (1892-1967),
Tito Benvenuto (1886-1957),
Juan de
los Angeles Naranjo (1897-1952) y
Manuel Musto (1893-1940).
Sin embargo, los artistas no recibieron consideraciones
especiales y las primeras familias ostentadoras del naciente poderío
económico prefirieron requerir productos y obras traídas directa o
indirectamente del extranjero.
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Con los pintores amigos Augusto Schiavoni
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Las aperturas de la galerías Witcomb (1918) y Souza
(1912), sumada a la edición de Pagana, considerada la primera revista
local de crítica y arte, y la instauración del Salón de
Otoño (1917) por parte de la asociación El Círculo que,
dirigida por Rubén Vila Ortiz, reunía a un grupo de promotores
culturales, son los primeros signos de difusión de la
actividad.
Sin embargo, la ignorancia y la intolerancia siempre pudieron
más, y en 1923 hasta las esculturas para el Monumento a la Bandera
proyectado por Lola Mora casi terminan tiradas al río ante el clamor de
muchos y luego de que una comisión desautorizó su diseño y
ejecución. Los celos y rencores políticos llevaron a que el grupo
escultórico quedara prácticamente abandonado a su suerte.
Sólo unas pocas esculturas sobrevivieron, que actualmente están
instaladas en el pasaje Juramento.
La producción de esos años está
caracterizada por la influencia académica italiana que perduró
hasta que algunos artistas que viajaron a Europa regresaron con las primeras
visiones renovadoras que difundieron en el medio.
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El peralito en fiesta. Manuel Musto.
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Gustavo Cochet (1894-1979), formado en Rosario,
permaneció más de veinte años en Francia y España,
hasta la derrota de los republicanos en la Guerra Civil Española. De
regreso trajo una producción realista pero influida por movimientos como
el fauve.
Augusto Schiavoni compartió con Domingo Candia, Musto
y Emilio Pettoruti su estadía en el Viejo Mundo a mediados de la
década del 10 y asistió al taller de un académico pintor
italiano, Giovanni Costetti (el mismo que guió los pasos de Candia y
Caggiano), para luego sintetizar su imagen en una visión intimista
relacionada en su composición con los primitivos italianos. Ignorado a su
regreso, terminó recluyéndose. Logró un solo premio a lo
largo de su vida ("Naturaleza muerta" en el salón de 1931), sin embargo
actualmente es considerado por parte de la crítica como uno de los
más importantes artistas argentinos de este período.
Manuel Musto, que estuvo dos veces en Italia, produjo una
imagen que se relaciona con el impresionismo, plasmada en coloridos y luminosos
retratos, paisajes y naturalezas muertas. De vida torturada y con graves
problemas de salud, también terminó encerrado. Como legado,
dejó su casa (la actual Escuela Musto) para la ciudad.