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En el oficio religioso, los hombres medievales rendían culto al Señor
entonando monodías gregorianas. Ante la necesidad de cantarle a Dios sus
alabanzas y ante la imposibilidad a veces de entonarlas todos en una misma
tesitura, es que lo harían partiendo de una nota que directamente difería
de la principal y muchas veces hasta de las otras elegidas por sus pares.
Espontáneamente, intentarán comenzar la entonación de la plegaria en una
nota que les fuera cómoda, y en un registro que les resultara accesible y
adecuado para alabar a Dios sin forzarse. De este modo, se generó un
engrosamiento considerable de la originalmente sencilla línea, una
"orquestación" natural de la simple alabanza gregoriana que pasó ahora a
estar doblada y duplicada en octavas, cuartas y quintas, tales eran los
intervalos elegidos en forma innata por los hombres medievales.
Las etapas sucesivas de evolución de esta polifonía incipiente se conocen
sólo por los testimonios de los teóricos, aunque no siempre son claras ni
se pueden fechar con precisión.
La primera referencia se encuentra en un libro hallado en Flandes a
principios de siglo X, perteneciente a un monje de San Armand, y conocido
como el Tratado de Ubaldo. Alude al canto interpretado por un hombre y un
niño con notas de distinta altura, y da a entender que se trataba de una
modalidad muy difundida.
En otro escrito anónimo se amplían detalles de esta costumbre, y aparece el
término "organum", que se usará para designar esta práctica de "doblaje" en
cuartas, quintas y octavas de una melodía principal. Al parecer, ya desde
ese entonces dicho nombre se aplicará a estas interpretaciónes polifónicas.
En respuesta al origen del término "organum" pueden citarse dos fuentes:
una, aludiendo al instrumento del mismo nombre; otra, en referencia al
registro del órgano, que producía un efecto similar.
Hacia el año 1040, Guido D'Arezzo suministra otras noticias sobre las
primeras manifestaciones polifónicas, con ejemplos que demuestran una
notable e importante evolución respecto de los anteriores testimonios: las
voces ya no tienen un desarrollo paralelo, sino que la más baja repite la
misma nota, creando diversos intervalos. En otras palabras, a la melodía
base gregoriana se le ha añadido otra que va creando un "contracanto", una
melodía secundaria muy rica, y que al yuxtaponerse con la melodía base
gregoriana va a generar diversos intervalos que ya no serán los
convencionales antes citados, sino otros nuevos, como de tercera y sexta.
Este es un momento importante en el desarrollo de la polifonía, por
manifestarse la autonomía melódica de cada una de las voces que la
constituyen: ahora, la voz añadida comienza a moverse con independencia y
con una interna construcción lógica, mientras que originalmente, las voces
añadidas al canto principal se limitaban a repetirlo exactamente, en una
distancia de octava, de quinta o de cuarta. Pueden hallarse muchos ejemplos
de esta nueva práctica en otra referencia bibliográfica, el Tropario de
Winchester, conjunto de 164 Organa a dos voces.
El siglo XI vislumbra la consolidación de los primitivos intentos
polifónicos.
El siglo siguiente contemplará la rica y rápida evolución hacia una mayor
autonomía de las voces (mayor expresividad melódica para las partes que
constituyen el lenguaje musical, con un sentido que podríamos llamar
"horizontal"), al mismo tiempo que comienzan a surgir las primeras reglas
teorizando la superposición de las voces en el estilo armónico (las
estructuras de los conglomerados sonoros surgidos de la superposición de
varias líneas melódicas, con una orientación que podríamos llamar
"vertical")
Nacerán así el contrapunto (conjunto de reglas para relacionar entre sí dos
o más melodías) y la armonía (simultánea unión de dos o más sonidos).
Durante los nueve siglos que le siguen en su historia, la música vivirá del
rico contraste entre estos dos principios, en un dualismo de muy variadas
posibilidades.