Francisca Blázquez se reivindica a sí misma, a partir de un lenguaje
totalmente personal, basado en su propio acerbo artístico, formado por
ideas que le dictan procedentes de otros planetas, dimensiones, comunicadas
por hipotéticos seres o deidades, o bien desde energías superiores, que
irradian fuentes inagotables de conocimiento. Otras imágenes proceden del
plano onírico, del mundo de los sueños, pero, la creadora no suele
levantarse por las noches debido a una idea que le hayan dictado en los
brazos de Morfeo. Más bien, su forma de crear surge a partir de la práctica
diaria, del trabajo constante, de los rayos de sol que inundan su estudio,
o bien, cuando menos se lo espera, en cualquier instante del día, pero,
fundamentalmente, cuando hay luz del sol y el cielo azul nos ilumina a
todos, deseándonos una buena jornada.
No es durante la noche cuando mejor se inspira. De todas formas la luna
está presente en su obra, porque como planeta y por su potente energía
forman parte de su iconografía plástica.
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Viaje. Francisca Blázquez. Obra. Dimensionalismo. |
De manera espontánea Francisca se conecta con el inconsciente del universo,
como si fuera una correa de transmisión. Su cerebro capta formas,
procesándolas y, luego, en su obra, se encarga de desarrollarlas
plásticamente. No busca ninguna utopía, dado que su lenguaje no es
político, al modo de las corrientes al uso, porque ha superado los
conceptos teóricos que nutren el planeta de seudo propaganda que no tiene
finalidad concreta, confundiéndose con las ondas electromagnéticas del
espacio en el sentido metafórico del término. Tampoco le interesa
consolidar una visión plástica alejada de la sociedad, buscando la fusión o
el maridaje posmodernista.
Además, no tiene ninguna intención de sorprender, porque, en el querer
romper esquemas al espectador, subyace una pobreza plástica, una falta de
sinceridad que separa a los artistas de sus fuentes naturales. Distorsionan
su discurso porque les desvían de su propia coherencia interior, adoptando
posiciones que están mucho más de acuerdo con el mercado que con la
necesidad de elaborar una creación auténtica.
Francisca Blázquez elabora, en contrapartida, una innovadora teoría de las
formas, el Dimensionalismo, basado en un estilo plástico espiritual. Evoca,
sin quererlo, de manera directa, el legado de los hombres sabios, de los
animistas, santos, profetas de todas las religiones, indios del Amazonas y
chamanes. Un lenguaje que habla de la existencia de un mundo anímico, de
espíritus, de formas que se esfuman, desvaneciéndose en el aire,
desmaterializándose. No demuestra una actitud clara de lograr o reivindicar
la espiritualidad como valor intrínseco en el sentido teórico, sino que
expresa lo que es, en realidad, por sí misma: un ser de luz. No le hace
falta rodearse de parafernalias extrañas porque el enigma es su propio yo,
que hace mucho tiempo que ha hallado la paz, dentro de la serenidad de
quien se sabe poseedora de la llave del cielo, aunque tampoco lo vocea. Es
la guardiana de la serena belleza espiritual, a partir de acometer una obra
basada en la pureza de los ángeles, en el legado del universo más sensible,
en el que todo tiene sentido, hasta aquello que es completamente ajeno a
él, convirtiéndose, en contrapartida, en pieza insustituible.
No hay energía negativa, su obra procesa las malas vibraciones, concentra,
a través del color, toda la potencia espiritual, que descansa en la serena
visión de la realidad más allá de los límites. Vacía su interior, se serena
con su conciencia, surgiendo de su fantástico mundo formas que son
intangibles, pero, a la vez, evidentes. ¿Qué quiere decir con todo esto?
Significa, en primer lugar, que busca coordinarse con la transmutación de
la materia, porque en el siglo XXI no tiene sentido representar formas
hieráticas, utopías románticas teóricas sin sentido, sino, más bien, una
progresión de las ideas, a partir de tener en cuenta los avances
científicos, la desintegración del átomo, la física cuántica, la
posibilidad de viajar a otros planetas por la vía rápida, las teorías de la
desintegración y reagrupación molecular. Juega con la ciencia ficción, con
la ciencia del futuro, pero, también, indaga en las posibilidades de la
investigación química, las ubicuidades generadas por las teorías próximas
al principio de la causalidad.
La geometría es históricamente tan antigua como la evolución de la
humanidad. El hombre primitivo representaba escenas en las pinturas
rupestres cuya influencia era de ascendencia geométrica. Las culturas
africana, polinesia, indonesia, aborigen australiana, maya, azteca, el
animismo de los indios mesoamericanos, indígenas del Amazonas y de otras
latitudes así lo atestiguan en diferentes estadios del paso del tiempo y
las civilizaciones. La abstracción geométrica forma parte de la vida del
individuo, y, por lo tanto, está dotada de autoconciencia, de una aura
mágica, que la transporta hacia otras latitudes, que la convierte en
símbolo. Francisca Blázquez es la continuadora de los chamanes, indios,
mayas, hombres y mujeres espirituales de todo el mundo, sin caer, por ello,
ni pretender tampoco reivindicar una manera de ver las cosas prácticamente
al hilo con una visión rompedora con respecto a la sociedad de la
tecnología. Precisamente todo lo contrario, quiere ir a la par con los
avances científicos, con el progreso de la ciencia, con la actitud de los
científicos preocupados en conseguir una evolución coordinada con la
humanidad. No le interesa el enfrentamiento social, ni tampoco busca
adoptar una actitud de ironía con respecto a la propia evidencia de lo
creado, dado que la esencia de las cosas, siempre en movimiento, se
coordina con los deseos y apetencias de los seres humanos.
Emplea el cilindro de luz como medio para viajar de una dimensión a otra,
transportando materia, desintegrándola y volviéndola a recomponer.
Cilindros de luz que, dentro del lenguaje de la ciencia ficción, también
sirven para transportar personas, si la ciencia estuviera más avanzada.
Hasta ahora la armonía entre fe y ciencia, espiritualidad y tecnología se
contemplaba como una ecuación incompatible. Con su aportación se constata,
precisamente, la armonía entre ambas concepciones. No hay imprevisión en su
pintura, porque siempre ha llevado a cabo una evolución natural en las
temáticas, a veces visceral, en otras ocasiones, producto de la más serena
visión. Es decir que no hay artificiosidad, no existen los planteamientos
rebuscados, porque no le interesa la obra compleja por sí misma, sino según
se lo vayan demandando las necesidades de la propia temática.
Viajan las formas, gracias a la contribución de la luz, de los cilindros de
luz, pero, también por la propia inercia que posee el universo. Una inercia
que se nutre de materia, sujeta a transformación, en la que inciden
energías de diverso signo, que transforman estructuras moleculares, que
cambian procesos, que desarrollan otros, siempre en línea con la luz
cegadora que está en permanente vigilia, que se encuentra libre, sin
ataduras, porque no tiene prejuicios, dado que su potencia es tal, su poder
es omnipresente, que no precisa disimular su cometido.
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Espacio Infinito. Francisca Blázquez. Obra. Dimensionalismo. |
En determinadas obras la artista exhibe otras formas que están flotando en
el espacio, como suspendidas, recreándose en la placidez de las mismas, en
la serena navegabilidad, que parece no tener fin, dado que avanzan hacia el
infinito de un universo que no conoce los límites. En este aspecto las
formas ocupan los primeros planos, la visión de sus ángulos, de sus
recovecos, de los detalles, como si fueran objeto de un seguimiento desde
un observatorio especial. Son formas que están ahí, que van y vienen, que
suben y bajan, que ascienden y descienden, ocupando distintos enfoques
según su posición. Mantienen, como es lógico, su coherencia como tales,
pero siempre inoculando la idea del cambio, de la variación de su posición.
En este caso se trata de formas complejas, que están formadas por distintas
estructuras, que son como arquitecturas actuales de cariz futurista, pero
totalmente insertadas en la vanguardia de la nueva geometría.
Hay determinadas formas, que se asemejan a paisajes abstractos, otras que
recuerdan caras, seres humanos y caballos, dentro de un espectro menos
lumínico, más material, incidiendo en el tema arquitectónico, remarcando la
fuerza del contenido, la mirada de conjunto de la composición que se mueve
dentro de un cierto doble juego: por un lado presenta una visión geométrica
abstracta; mientras por otro, una mirada de la obra desde lejos puede
darnos como resultado que veamos algo que se asemeja a un rostro, y, en
otras ocasiones, nuestra retina nos comunica la visión de unos caballos o
de ojos que nos observan. Pero la verdad es que todo depende de los ángulos
de enfoque y de los planos.
Su imaginación es poderosa, sugiere y transforma, constata una cierta
variación en el conglomerado de geometrías formales en que la artista
trabaja, dentro de planteamientos que están influidos por sus estados de
ánimo, además de por imágenes de hechos y sucesos de la vida cotidiana.
Constatamos una cierta predilección por la utilización de formas compactas,
que no son delicuescentes, es decir que no se derriten, porque su hábeas
matérico es tal que apoya la fuerza de la propia idiosincrasia de la
temática basada en la abstracción dimensionalista, creada a partir del
juego de formas en diferentes zonas para hallar el desarrollo narrativo más
adecuado a una geometría actual. Esta no tiene referencias muy concretas
del pasado, se ha generado por la necesidad de la artista de avanzar con la
mirada puesta en el horizonte, en el desarrollo de paisajes con fondo, de
equilibrios compositivos que han surgido del conciente en su pugna con la
imaginación desmedida que se muestra más visceral e indignada, porque
quiere ir más allá de las circunstancias e implantar una lógica que divaga
entre el cromatismo explosivo y la presencia elegante del negro como fondo
habitual de una gran parte de su composición. Negro que, para la creadora
multidisciplinar madrileña, es color intenso, vibrante y camino que abre
las puertas de la propia espiritualidad. Ello no quiere decir que renuncie
al pasado, pero tampoco se recrea en el.
Caras, rostros que no existen, expresiones concretas matizadas por las
limitaciones de las propias formas, que son ella misma, que somos nosotros,
pero que, en realidad, se trata de geometrías abstractas que van en busca
de lo no icónico en un ambiente de sugerente iconocidad, aunque dentro de
los parámetros de la geometría. Formas compuestas por otras formas, las
esenciales, que armonizan de manera determinante, para transportar,
comunicando, temáticas que se hallan en el inconsciente colectivo.
La dimensionalidad está siempre presente, porque la aparición del negro, en
las zonas de sombra de las formas, sugiere la presencia de otra dimensión,
dado que provoca un efecto de relieve, agrandando el campo visual de la
estructura. Se trata de emplear el color para delimitar las dimensiones,
sin que por ello se pueda definir claramente que sea el negro quien
refuerza la composición cuando perfila formas, porque, en otras pinturas la
artista madrileña concentra su interés en el empleo de otros colores para
el mismo comedido como el azul, verde, blanco, rojo, amarillo, violetas y
gama de grises.
No hay agresividad, sino una sensación de cambio, traslación, desarrollo,
transfuncionalidad, energías que renuevan la materia, en definitiva,
movimiento, que es quien define la nueva geometría. Es una obra que surge
del sentimiento de paz, del interior de la artista, que, sin embargo, es
activa, de ahí que, constantemente, naves espaciales, o estructuras
formales que se les asemejan, cilindros de luz que transportan la materia,
predominen en su obra. Siempre la traslación, porque estar y anclarse en un
mismo sitio supone una cierta aproximación a la muerte. Por eso la luz y
la energía, la idea del movimiento matizan, dominan, conducen a la
composición en dirección a nuevos mundos de manera constante. Mundos que
proceden de la imaginación de la artista, pero que también surgen de la
ciencia y que se conexionan de manera espontánea en la manera de vertebrar
su acción.
Decidida, con determinación, buscando la fuerza del más allá en la luz,
coherente, sincera, pragmática, la autora madrileña multidisciplinar es
consciente de que la geometría es la base estructural del universo, a
partir de la cual la luz incide, irradiando su poder, dentro de unas
características fundamentales en las que hay un diálogo entre la base, lo
material y la trascendencia.
La geometría, en líneas generales, es fría, pero la suya es cálida,
explosiva, de colores vivos, que estallan de tan expresivos que son.
Explotan en mil pedazos formales como si fueran ingredientes de una caldera
imaginada, de una olla a presión, que muestra su contenido en un marasmo
enriquecedor, en el que tienen cabida las existencias cromáticas de toda
una vida, porque las formas son inmensas, no tienen límites, aunque el
propio universo se interroga constantemente en pos de hallar una
explicación coherente a su existencia.
Francisca Blázquez es un chamán moderno, sacerdotisa del espíritu, santa
del color, -en el sentido que cree en su pureza, visceralidad y contraste
lleno de la brillantez que se precisa para enamorar a los seres humanos-,
fuerte y valiente, que no duda en apostar por la espiritualidad en una
época en que hay una gran confusión en torno a ésta, siendo manipulada por
unos y otros. Pero la creadora pictórica explica que lo más importante es
la coherencia con uno mismo y su interior. A partir de ahí crea una
sensación de gran serenidad, en la que lo importante es transmitir lo mejor
de uno mismo a los demás.
Hoy la gente está huérfana y necesita guías que la conduzcan, que la
transporten hacia situaciones de luz. Francisca, salvando montañas,
escalando cimas, buceando en el universo, ha hallado la explicación más
evidente a sus necesidades, que son las de toda la humanidad: ser coherente
para transmitir su propia verdad. En consecuencia, en 1998, crea el
Dimensionalismo, teoría de las dimensiones, de la forma geométrica que
viaja, cambia, se transforma, dentro de una dinámica estructural imparable,
sucediéndose unas a otras, en medio de un cierto culto a la serenidad de la
visión, de la actitud de espera con respecto a la evidencia de la
pervivencia de la propia forma pero puesta al servicio de la desintegración
de la materia, para volver a reagrupar átomos y moléculas.
Para ello, Francisca ha tenido que dejar atrás la estética vacía de los
posmodernistas, empeñados en fusionar lenguajes, buscando la aparición de
uno nuevo, cuando, en realidad, lo fundamental, es creer en una línea
determinada de actuación, en este caso el Dimensionalismo, que surge de la
geometría, pero que no posee handicaps o mochilas que lastren el paso del
protagonista del viaje hacia la superación de la nada, para instalarse en
la brillantez de la luz.
No es verdad que esté la nada como última explicación, incluso
científicamente esta teoría no se sostiene. De ahí que Francisca sea el
portaestandarte que con su varita mágica ha convulsionado el universo y ha
sido capaz de hallar la verdadera libertad, superando muros inquebrantables
y ventanas situadas a lo alto del castillo. No hay mazmorras, todo ha caído
de la habitación, los objetos se encuentran en el suelo, el castillo ya no
tiene piedras como ladrillos, sino alas, se ha convertido en un cisne
blanco, que mira a lo lejos como el magma del hilo dorado avanza, volando,
situándose en la cima de la montaña más hermosa del mundo. En ella se
encuentra el cilindro de luz que transporta a personajes y formas hacia
otras latitudes, a coordenadas perdidas en el espacio. Pero esas
coordenadas, ese espacio no es la nada, sino un espacio, esté poblado de
galaxias o no. En un terreno menos descriptivo y más interior, la nada como
ausencia de todo es un contrasentido, porque el todo es todo, incluido la
nada, que es una parte del mismo.
El Dimensionalismo es la teoría de la luz, que nos permite ser coherentes
en una época de cambios, no solo con nosotros mismos, sino también con el
espíritu y la ciencia. No hay verdad sin contraste y Francisca ha alcanzado
la opción espiritual a través de la ciencia y de su propia fe
inquebrantable en el sol y las estrellas que habitan en su interior, en la
senda transparente en la que el universo se mira en el espejo del infinito,
mientras que la luna se adueña de la sensibilidad de los seres que pueblan
los diferentes mundos.