Retrato
Elegante, ácido con un toque decadente,
Rubén Baldemar tenía humor negro y a su vez, era espléndido.
Buscaba la belleza, celebraba hallarla y si no, la armaba con cartón y pintura.
Un artista así, con aires orientales de
bricoleur, no sólo que de
todo hacía una lámpara, sino que de la lámpara hacía una obra .
Alto, de buen porte, fina retórica, de adolescente había competido en
esgrima. Cuando lo conocí tenía el pelo lacio y cano, un corte de sota de
naipes. Había cursado en la Escuela Provincial de Arte. Hacia los ochenta
ya tenía algunos premios. El Baco bizco y la estatua de la libertad eran
sus hits. Un decadentismo pop, un todo por dos pesos intervenido.
La casa Entre Ríos
Alquiló una habitación para taller en el segundo piso de
Entre Ríos y San Lorenzo; en esa misteriosa mansión catalana con puerta de dragones de
hierro. Le gustó la casa, el vitreaux, el ascensor, aunque algo detestó a
sus rústicos moradores, hizo un esfuerzo sobrehumano y se adaptó: limpió
con frenesí y desinfectantes. Pulió bronces y pisos. Restauró. Baldemar
pintó todo de blanco e instaló un pollo con armadura y un maniquí plateado
con una manguera de surtidor como pene . También estaba la clásica cabeza
de la libertad, ese pop aguardentoso, chirriante.
Puso sahumerios, pufs negros de cuero, equipo de música y cds en el piso,
libros en estantes y sobre la mesa de dibujo los ordenadísimos pinceles,
los lápices, las tintas, clasificados según gamas siempre armónicas o
increscentes. El té. El gin. Vodka, a veces champagne. Siempre el mate.
Colocó nuevos artefactos de luz (puntual, nunca general) y convirtió esa
pocilga en un espacio cool.
Tenía el don de poetizar espacios.
Sabía adaptarse al basural y convertirlo en un vergel. Para un virrey en el
tercer mundo, las plantas eran fundamentales. Siempre de diseño alemán o
japonés, a veces, algunas tenían un toque tenebroso. Como esas ramas que
parecían raíces secas que van hacia el techo. (Una noche, de madrugada,
caminábamos por la calle San Martín y encontramos en la peatonal un
matorral de ramas asquerosas que a Baldemar le fascinaron; volvimos
arrastrando la maraña vegetal por siete cuadras, embarrados, en medio del
frío... y luego volvimos a salir a la cita.
Tomaba
casas Housers y las convertía un sitio habitable, mágico. En
Zeballos, su última casa, atravesó varias fases a lo largo de las cuales
pintó las paredes de varios rojos y borravinos, un rincón Morandi de
porcelanas y vidrios, un cuadro Madí con marco demencialmente irregular, el
gobelino y el triángulo de polillas..., allí perfeccionó el jardín. Un
vivero exótico en el noveno piso: en un angulito toda la selva de bambúes,
colihues, palmeritas y qué sé yo, con campanitas y lluvia de hojas que
parecían nieve... y la boca de piedra del león que escupía agua, mientras
uno conversaba, allí, el agua fluyendo entre las conversaciones sin tiempo,
los cigarrillos y Miranda.
... En esa época leía mucho Sarduy (
Cobra) y también se fascinaba con
Las mil y una noches y con Proust.
Jugaba con la historia del arte, reproducía obras y estilos a los que
añadía un comentario personal. Enloquecía a su carpintero con los
ingeniosos diseños para sus retablos...
La camilla con la maja desnuda de Goya es una joya.
El cuadro articulado de la Anunciación.
(estas dos últimas obras obtuvieron un premio en la
Bienal Iberoamericana de Arte Joven de Buenos Aires -Palais de Glace- 89 y en las
Jornadas de la Crítica CAYC 92)
La casa Suipacha:
Luego se puso morocho, y de pelo revuelto con gel. Decía que había tomado un té y que se le había oscurecido.
Recuerdo que cuando lo fui a visitar a su nuevo taller (el ex espacio de su
amiga Gladys Nistor) apareció sobre una escalerita de cemento y cuando le
dije sorprendida desde la puerta y mientras él bajaba: te teñiste!, me
contestó SSSSSSSSSSSHHHHHHH, callate o te degüello. Recién me mudo al
barrio y acá soy morocho.
El arte de ser siempre joven.
El humor y el simulacro
La mentira y la reflexión
El absurdo,
y la muerte siempre presente
Lo espléndido y lo decadente
Lo decadente en espléndido
La sangre
Klimt
Una Judith bajo un Jasper Jhons de números grises con cierre relámpago.
Un Narciso espejándose en otro Narciso. Un Caravaggio con bisagra.
Un Arcimboldo en 3d con falsas frutas.
Un Fragonard estantería, con estatuillas de parejas rococós. Amantes
prometiéndose amor entre tules y rasos estrujando un pajarito horrible, con
colores empalagantes.
(
1992 - Judith y Holofernes, Muestra en Museo Castagnino)
Las plantas
El lugar más misterioso lo logró en un patio con retamas amarillas
(por
Amenábar?). Era un patio con techo de media sombra natural, lleno de
lianas oscuras, y en la puerta a la cocina había una cortina de abalorios
rojos. Tres salas a lo largo, con piso de madera. Aparecieron tres
escorpiones y Rubén se mudó inmediatamente.
La alquimia
La casa San Luis.
La fascinación al encontrar en un todo por dos pesos dos jarrones
perfectamente decó. Puestos en su living todo parecía de diseño.
En esa época trabajaba en libros-objeto de cartón siempre frágiles. Hacía
unos años trabajaba con su socia Susana Meden y juntos realizaban trabajos
exquisitos en papel y cartón. Recuerdo en especial una mesa para el té. Un
mueble integramente de cartón cubierto con papeles que semejaban mármoles o
leopardos.
(vista en Papeles Protagónicos - muestra en el Museo Firma y Odilo Estévez - 1991)
Decía el catálogo:
Estos muebles son un homenaje a ciertos objetos,
hasta ahora nómades, que al fin vivirán en su propio lugar; Son juguetes
discretos, permiten jugar sin que nadie se dé cuenta.
La increíblemente poética
Suite de la Secesión, (1994 en el CCR),
ideal, acromática y dorada. Con bellos jóvenes de espalda, desnudos,
grises y rematando en una corona de laureles oro con aro de basquet.
Escribió y ensayó autorretratos, también como Emperador Romano.
Una hamaca paraguaya en un patio interior, reclusión y los tubitos con sangre.
El vampirismo
Rubén Baldemar se alimentaba de la historia del arte, de la literatura, del
cine, de los viajes, de los bailes; de las clases que preparaba para sus
alumnos (amaba ser profesor, aunque esto le quitara tiempo, lo hacía con
placer, con pasión). Entraba al aula con el desafiante saludo utilísimas
tardes. Recuerdo un domingo de regreso desde un banquito de arena, en una
lanchita, pude escuchar a dos chicas hablando sobre cómo había que hacer el
cubo, de cartulina, en seis partes, de 10 x 10 cm... decían que al día
siguiente, lunes, tenían la clase de Baldemar y que si no lo llevaban
correctamente resuelto, él se pondría como un basilisco . Me reí. Baldemar
obsesionaba a sus alumnos.
Lo recuerdo buscando elementos para dar clases, eligiendo figurines en la
Comedia Francesa de París. También se las arreglaba para hallar joyas tobas
en plaza Montenegro.
Organizaba con sus alumnos de diseño de indumentaria desfiles (tenían un
trato por el que Grafa les daba las telas para que ellos ensayaran sus
creaciones). El catálogo de su ultima exposición lo diseñó uno de ellos,
uno japonés. Alumnos activos e imaginantes es lo que quería. Materia viva.
En su última muestra
(Heráldica, 2004) ,
en la galería de
Flor Balestra, los alumnos zumbaban como moscas en la miel.
Rubén era una persona enorme, talentosa, exquisita,
luminosa y sombría.
Marat en París
Estando hospedados en la Casa Argentina en París, (donde Gladys Nistor
tenía su taller), al entrar en la habitación, encuentro a Rubén
desvanecido, atravesado sobre la cama. Pálido, ojeroso, completamente
despeinado. Tenía una polera negra, jeans negros y borcegos. Estaba en
equis sobre el cubrecama de raso blanco, con un brazo caído (igual que en
el asesinato de Marat que habíamos visto la tarde anterior). Lo veo
desvanecido y trato de hacerlo reaccionar inútilmente. Cuando estaba a
punto de tomar el teléfono e inventarme un S.O.S en francés, él se levantó
como una flor, sonriente... era un chiste. Era de hacer esos chistes, de
probarte los nervios...
Foto final
Un retrato sobre el agua, según me dijo una vez, un momento encantado. El
instante en el que atardeció súbitamente en Venecia, dejando a la ciudad
desaparecida y, a nosotros, flotando en la niebla.
En busca del tiempo perdido
Nota al pie
Rubén Baldemar adoraba reírse y sin embargo muchas veces se sintió inmensamente triste.
Porque la Argentina -y Rosario- maltrata a sus verdaderos artistas.
Porque somos póstumos por naturaleza. Olvidadizos.
Llegamos tarde.
Llegamos tarde con Schiavoni, llegamos tarde con Renzi,
llegamos tarde con Eleonora Traficante, llegamos tarde... tarde...
Baldemar brilla en su cielo de diamantes.
como una enorme bendición.
Su obra es ahora responsabilidad de todos.
Seamos dignos, estemos a su altura.
A Rubén Baldemar, con amor.
Xil Buffone, Buenos Aires, 21 de junio 2005.
Pasión cosmética, (como los travestis de occidente) pero a condición de dar a esa palabra el sentido que tenía entre los griegos:
derivada del cosmos .
Severo Sarduy