Hagamos historia. No siempre las obras de arte tuvieron al pie del bloque o
del bronce o en el angulito derecho e inferior de la tela, la firma del
autor. Firmar la obra con el nombre
de su autor (necesito
subrayarlo) es algo digamos, más o menos reciente.
Ningún egipcio, babilónico, minoico, etrusco o autor alguno de cultura
alguna de la antigüedad firmó su obra. El arte se hacía para el Rey, para
el Estado o para la gloria del Dios y ser artista era servir a esos amos,
clientes primeros del primer arte.
Es verdad que suponemos que Tutmés fue el autor del retrato de la bella
Nefertiti, pero su firma no está al pie de la señora del largo cuello.
Sabemos de su autoría porque la arqueología nos regaló encontrar su taller
con varios calcos y estudios para la regia dama. Tampoco hay firma alguna
al pie de la Venus de Milo o de la alada señora de Samotracia, y como no
somos ignorantes sabemos que ni Milo ni Samotracia son el nombre de sus
autores, sino del sitio donde las anónimas beldades se encontraron. Sí, hay
Fidias y hay Praxíteles y hay Policletos y Scopas y Mirones en el arte
griego, pero sólo sabemos de la autoría de sus obras por los textos que nos
ilustran sobre sus vidas, sus encargos o biografías, no porque talladas en
la piedra quedara inscripto su nombre como testigo para el tiempo.
Anónimo también el arte medieval cristiano. Ofensa, pecado de soberbia
hubiera sido el atribuirse una pintura mural, una talla, un altar o una
catedral. También aquí son los textos de Honecourt y los de otros
historiadores los que vienen - junto con la huella descifrable del estilo
-en nuestro auxilio para poder decir que en Notre Dame trabajó Jean de
Chelles y más tarde Pierre de Monteiuil, como que este mismo intervino en
Saint Denis o en la Saint Chapelle. Nadie hasta el siglo XV osó decir esta
boca es mía.
Obra de autor
Tuvimos pues que esperar al Renacimiento para tener la firma del autor al
pie de la pintura, del bronce o de la talla. También el arquitecto firmaba
orgulloso entonces tal o cual iglesia como tal o cual palacio. Las horas
del teocentrismo daban lugar al antropocentrismo y el autor se sentía digno
de recibir el reconocimiento por la obra realizada. Nacía el Humanismo y
con él el derecho a sentirse autor y disfrutar de serlo. Si bien las
anécdotas que nos llegan a través de Le Vite de Vassari pueden dudarse y
mucho, recogemos anécdotas de ese tiempo que repetimos como si fueran
ciertas. Así sabemos o suponemos que Miguel Angel, molesto porque no se
identificaba la Piedad del Vaticano con su nombre, talló él mismo en pleno
pecho de María: esto fue hecho por Miguel Ángel Buonarotti. Otro ejemplo:
una de las pinturas quizá más bellas y monumentales (aunque de formato bien
pequeño) que deja el arte flamenco es El matrimonio Arnolfini, verdadera
joya de la National Gallery de Londres. Junto al espejo - que
aparece pintado en la pared posterior de la habitación donde se realiza la
boda, y que embeleza por la minuciosidad de su realismo - el autor deja una
huella... hice lo que pude y también Jean Van Eyck estuvo aquí . No sólo dice
que la obra es suya sino que lo que vemos es un hecho real y así es porque
él para afirmarlo se pinta reflejado en el espejo. El mismo pintor
flamenco, con su misterioso hermano Hubert, son autores de otra obra
monumental - en este caso físicamente monumental: el Retablo de Gante,
tesoro de la catedral de San Bavon. Entre las múltiples figuras del cuadro
están los nombres de los hermanos aclarando que la obra es de la autoría de
ambos. Estrena el Renacimiento el orgullo de los hombres por ser Hombres y
con ese estar de pie frente a sí mismos llega la firma a la obra de arte.
Hoy parece inacabada una obra que no tiene al pie la firma de su autor.
Hablamos incluso de tal o cual
firma, usando la palabra como
sinónimo de su autor - compré un Kuitca, tengo un Bacon... y así como decimos
obra de firma, los arquitectos hablan de
arquitectura de autor,
aquélla que lleva el sello de quien lo hizo, más allá de cualquier otro valor.
El valor material de una firma
En el mercado de arte, paradojal, no se suele tasar el arte - me refiero
al carácter estéticamente subjetivo de una obra - sino la firma del
autor. Sale un Cézanne al mercado ¿Vale acaso por lo que está pintado
dentro del confín del marco o vale por esa minúscula firma que tiene al pie
que iguala en la mayoría de los casos a los excelentes Cézannes de los que
tal vez ni el mismo autor consideraría una buena obra? La firma legitimada
por el tiempo y por la historia es lo que da, más allá de la belleza o
calidad o excelencia de una obra, las cifras por las que bajan los
martillos. Sabemos que un Picasso rosa o azul vale por los pocos que dejó y
que hay en el mercado. Oferta y demanda, más que arte y no olvidemos a
Van Gogh.
Repitamos una historia a pesar de que sea conocida: Picasso uno de los
primeros modernos, si no el primero, fue también uno de los primeros en ser
reconocido y circular por el mercado cuando recién despuntaba su carrera.
Pocos fueron los años en los que el malagueño tuvo que pasar alguna
hambruna en aquel Bateau Lavoir del Montmartre donde estrenara el arte
moderno con sus Demoiselles d'Avignon. Su amistad con Gertrude Stein, y por
cierto su talento, hicieron del ignoto Picasso el artista mimado de los
coleccionistas. Midas ibérico, todo cuanto tocaba su pincel o cualquier
materia, se convertía en oro. Harto ya de estar harto Picasso guardaba en
su chateau de Antibes las pinturas que llamó los Picassos de Picasso obras
que no firmaba -¡qué dirá la legión de mujeres, hijos y nietos que hoy
conforman la Sucesión Picasso!- porque si las firmaba no eran suyas, eran
Picassos.
Otra picardía. Vermeer de Delf, el singular maestro del barroco holandés,
firmaba con distintas firmas cada una de sus obras, así hoy en día
-a pesar de la contundencia y claridad de un estilo inconfundible- hizo
transpirar a más de un director de los grandes museos europeos cuando se
supo de los falsos Vermeer realizados por Von Meegeren, aquel conocido y
apasionante caso de plagio que incluyó a juristas, psicólogos y
especialistas en el arte de la falsificación.
Obra de autor, firma al pie de una pintura, convalidación del artista que
da por terminada la obra y la reconoce como de su autoría para lanzarla a
la historia y al mercado.
La firma de Diego Maradona
Lunes por la noche.
La noche del 10, permítaseme decir -si a alguien
importa la opinión de un académico- que me parece que como programa de
televisión para el gran público bien se merece el 10. Una producción que
envidaría cualquier emisión nacional, y que desdibuja con calidad a los
programas que se soslayan en la improvisación o en poner en pantalla el
esperpento -como los que piadosamente pintaba don Velázquez- o las
gracias que el niño hacía antes frente a los abuelos, no frente a la
cámaras de televisión. El programa de Diego Maradona tiene calidad y cuanto
invitado ha llevado a su programa es el mejor en lo que hace, desde Paloma
Herrera a Joaquín Sabina, de la Sabattini a la Cassano.
¿Pero porqué mencionamos La noche del 10 y Diego Armando Maradona en una columna de arte para un
sitio destinado al arte? Porque seguramente muy bien asesorado y para sumar
el arte a la excelencia de todas las disciplinas que conforman sus
emisiones, incluye en cada programa a un artista plástico que, o bien da
las últimas pinceladas a su obra ante la cámara, o bien lleva la obra
terminada, pero sin firmar. Ante la vista de todos el artista firma su
trabajo - cámaras canonizando la escena en primer plano y recogido el
artista una tradición de ya quinientos años pone su nombre sobre la obra...
e invita al Diego a hacerlo también. Digamos pues que esas obras, que serán
subastadas con fines solidarios, llevan dos nombres: el de su autor y el de
Diego Maradona que no hace más que dejar con su firma, el sello de su
trayectoria futbolística -extra artística- estampado sobre la obra.
La firma del autor -en este caso todos los artistas que integraron los
programas han sido ya legitimados por la prensa, los museos, las galerías-
da un valor a la obra. Es el sello, la constancia, incluso legal de aquella
legitimación. La pregunta que esta columna se hace es la siguiente: si la
firma de Diego Maradona es como la de un Picasso, Midas, que hace oro lo
que toca... esas obras doblemente legitimadas ¿Serán así doblemente valoradas?
¿Cómo cotizará el mercado esos productos que exceden a la lógica del
mercado de arte? ¿Cual es el valor que los coleccionistas darán a estas
obras -por supuesto más allá de todo valor estético- por tener una firma
consagrada al lado de la otra consagrada? Habrá que esperar a las subastas,
será seguramente una fiesta de la frivolidad, y una curiosidad para el
mercado de arte, el ver esas manos levantadas para adquirir esas obras en
las que, seguramente lo que menos importará será la calidad de lo pintado,
tallado o esculpido.