Apasionado, poeta de la materia, incandescente
partidario de la pasión de los colores, el mexicano
Martín Rojas se
sumerge en el legado de la historia, para entresacar sus olores y sabores.
Relata la persistencia de los Dioses y sus leyendas, que son las que, en
forma de fábula, a través de alegorías o parábolas nos influyen en nuestro
quehacer cotidiano. El poder de la palabra es fundamental, pero, más
importante es la fuerza del símbolo. De ahí que en su obra pictórica los
Dioses estén presentes leídos en clave simbólica, en el sentido de
aglutinar una parte fundamental de nuestros referentes, de la verdadera
prodigalidad de la fantasía, de la fuerza contenida en la alegoría de la
imagen.
La imagen de un Dios se eleva a grandes alturas, en el sentido de
convertirse en fundamento de su propia evidencia.
Nosotros avanzamos en el camino de las pléyades, en los vericuetos del
laberinto, en los senderos llenos de polvo del pasado, que, sin embargo,
recorremos una y otra vez. Parecen ser los mismos caminos pero no lo son.
Se trata de senderos y sendas que están nutridos de polvo, tierra, hierba,
vegetación, rodeados, a ambos lados, de árboles, bosques, cruzados por
personas, campesinos y senderistas en su mayoría, animales salvajes,
insectos, plantas y animales domésticos. Son como sus Dioses,
caracterizados como indígenas, de grandes cabezas, que encierran el saber y
la bondad humanas, en su diversidad y pléyade de propuestas.
A veces, dichos Dioses, parecen salvajes, en otras ocasiones pacíficos y
bondadosos, o bien fuertes y emblemáticos. Se trata de Dioses que beben de
las fuentes esenciales, de la energía de la sabiduría de siempre, encerrada
en frascos o en espacios estancos que hay que descubrir. Pero, sobre todo,
la sabiduría está encerrada en nosotros mismos y en el universo que nos
rodea. De ahí que, en ocasiones, lo evidente no se vea, y, por
consiguiente, hay que saber descubrir en lo aparente el sentido y el
significado profundo de las cosas.
La poesía de la pasión encontrada en la materia empleada por Martín Rojas
estriba en hallar la fuerza de los Dioses, sabiendo que estos somos
nosotros. Emplea símbolos para describirnos con apasionamiento su
existencia, dado que su pintura expresionista es poesía del color
incendiado. Muestra expresividad de rostros, potenciando símbolos y
alegorías como el águila, animal sagrado, que, con su majestuosidad, nos
transite una rara sensación de poderío interior. También describe escenas
de batallas, actos bélicos, guerras cruentas, de muchos muertos y heridos,
tiñéndose de sangre la profusión y profundidad del agua del mar.
Hay choque de civilizaciones, en las que los barcos se entrecruzan, las
flechas y los heridos pululan por doquier, insertándose en el bagaje de los
sentidos, entre las exclamaciones de los guerreros de ambos bandos.
Pasión y muerte en el umbral de la vida, allá en el horizonte, en el que no
solo nace el sol, sino que, desafortunadamente, de rojo sangre se vuelve el
agua cristalina que lo refleja.
No hay oleaje, pero los sonidos de las exclamaciones de los combatientes
hacen más daño a nuestros oídos que una locomotora de vapor encendiendo su
discurso energético, partiendo de una abandonada estación situada en el
tiempo inmediato. Luces, senderos chamánicos, brujos, magia de la
sensualidad del color: Rojo, del amor y la sangre; azul, del espíritu;
verde, de la sensualidad; amarillo, de lo intelectual; blanco, de la pureza
y marrón que se adscribe a la fuerza de la tierra. Su obra pictórica
aglutina en un discurso matérico, la elementalidad de la vida, a partir de
constatar la determinación de sus materiales, encabezados por la impronta
del color incendiado.
El autor plástico mexicano ha expuesto en más de quince países de tres
continentes, además es un gran teórico del arte contemporáneo y excelente
organizador de eventos.