¿Por qué el católico venera imágenes y año a año cada Pascua se regodea con
las múltiples crucifixiones que se teatralizan alimentando la morbosidad de
muchos, en cada ciudad, cada país? ¿Es necesario que una era atravesada por
las tecnologías recurra a ardides medievales para propiciar la fe como si
el fiel aún fuera un iletrado? ¿Es posible que año a año se reitere el
obsceno y casi subreal aviso emitido por la televisión: "
crucifixiones cada tres horas",
que son actuadas
ad hoc en el porteño parque temático
Tierra Santa?
¿Disneylandia tan sólo disfrazada por la palabra "santa"? Paradojas
posmodernas.
Hay otros credos. Y aquellos no permiten que su dios o sus profetas se
multipliquen en imágenes fáciles de prestarse a idolatría. Baste recordar
el escándalo en las pasarelas de la moda en la que Claudia Schiffer
desfiló una prenda bordada con fragmentos del Corán, o la más reciente
batahola internacional por las caricaturas de Alá y Mahoma que se
difundieron por la prensa.
Representar imágenes
Bellos, pero morbosamente bellos son las tallas de Cristos yacentes que nos
hereda el barroco español y que "adoramos" en altares y retablos. Los trajo
a América el conquistador. Crudeza de un realismo fácil para imantar al
indio. Bellísimos los Cristos pintados del Tiziano, de Rivera o de Rivalta
(El Prado). La imagen del calvario inspiró a artistas más o menos geniales,
distanciados más o menos del melodrama, con más o menos talento. Memorable
el Descendimiento de Van der Wayden (El Prado). Memorable el Cristo que
Velázquez pinta para el convento de San Plácido (hoy en El Prado), con sus
pies apoyados sobre una plataforma y de quien Ortega y Gasset dijera:
"nunca Cristo estuvo tan cómodo en su cruz". Goya lo cita en el Cristo que
pinta para su ingreso en la Academia. Atrevido el calvario de El Greco que
crucifica a Cristo en el paisaje de Toledo. Romántica la crucifixión de
Delacroix. Realista el descendimiento de Manet. Azul el de Van Gogh.
Amarillo el Cristo de Gauguin. Surrealistas los Cristos de Dalí.
Inmortales. León Ferrari crucifica a su Cristo en un caza bombardeo.
Anatema.
El "buen gusto" del Renacimiento italiano eludía la representación del
calvario y prefería otros temas sacros menos teatrales que aquél. Pero ya
en la "arena" de Padua, Giotto anuncia el realismo que tendría el
Humanismo y pinta una crucifixión en la que las Tres Marías lloran al pie
de la cruz. Cosa nueva para ese esbozo del Renacimiento clásico, pintar los
sentimientos. Miguel Ángel por el contrario, y en las postrimerías de ese
mismo Renacimiento, concibe para su Pietá una María en calma, sostenida
seguramente por la fe. Cosas del idealismo, esa trascendental calma mariana
miguelangesca.
Pero mientras Italia prefería ocultar los temas que rozaban la tragedia,
Alemania daba cauce una vez más a la expresión, se regodeó en ella y no es
casual que el Expresionismo del siglo XX sea alemán. El Altar de Isenheim,
la obra que inmortalizó a Mathias Grünewald, consagra a un Cristo
lastimado, agonizante y lacerado, Cristo que es significativamente
parecido - ¿una cita? - a los que pintó Antonio Berni.
Los Cristos de Berni
Antonio Berni no es un artista singularmente religioso, si por religioso
entendemos a quien representa imágenes bíblicas. Sí es religioso si por
esto entendemos al arte que se ocupa de representar temas que atañen al
hombre sometido a otras cruces y otras espinas, semejantes aunque no
idénticas a las bíblicas. Berni se ocupa de aclarar que la única
interpretación posible de su obra es la política ¿Por qué pintó una y otra
vez a Cristo en la cruz si no es por citar a los tantos crucificados
cotidianos? Y políticas fueron sus pinturas religiosas.
En un óleo crucificó a Cristo en un garaje ("Cristo crucificado en el
garaje") y lo vuelve a crucificar en lo que sería su última obra: los
murales que pintó a pedido de los clérigos para la capilla del Instituto
San Luis Gonzaga, en la localidad de Las Heras. Sobre uno de los muros una
crucifixión muestra a un Cristo tan dolido y lastimado como aquel del altar
de Insenheim. En el otro hay un Apocalipsis en el que los cuatro jinetes -
¿contemporáneos? - llegan a señalar el fin de los tiempos y el castigo
divino. Como Soldi en Santa Ana de Glew, Berni lega con idéntica
generosidad y desinterés pecuniario, la pintura de murales para una ignota
capilla bonaerense. Singular.
No es dato menor que la última obra del genial artista rosarino sea
religiosa, porque su Cristo como sus Jinetes no son bíblicos sino
personajes cotidianos. Documentalista de la historia social de los
argentinos Berni pinta junto a la cruz a su Juanito, el villero de vida
postergada, vida privada y condenada al consumo de los deshechos de la gran
ciudad, y desde que lo creó Berni reparó su vida con pinceles. Al pie de la
cruz está Ramona, la mujer cuyo destino marginal fue prostituirse, y desde
que la creó Berni repara la vida con su primera comunión, su casamiento,
encajes y oropeles.
En el otro muro: el Apocalipsis. Con una visión singular del Evangelio
según San Juan, los que cabalgan hacia el fin de los tiempos no son la
peste, la muerte, el hambre y la guerra, sino el consumo, el derroche de
los bienes materiales, la avaricia, el mundo posmoderno sumido en la
obscenidad de los abismos sociales y económicos.
Seguramente este par de murales al abrigo de los sitios consagratorios del
arte, son la Crucifixión y el Apocalipsis más cruentos jamás pintados,
porque nos reflejan como espejos. Su Cristo agoniza flanqueado por ladrones
(de guante blanco) y Ramona y Juanito son testigos de ésta como de tantas
otras masacres cotidianas.
Singular herencia la de esta localidad de la provincia de Buenos Aires en
la que una orden religiosa da lugar a que el Cristo de los cristianos pueda
remitirnos a los menos visibles cristos cotidianos.
El cineasta argentino Martín Serra filmó, con el auspicio de la Universidad
del Cine y el permiso del Instituto, el corto "Crucicalipsis". Con esta
obra cinematográfica - en la que se amalgama la imagen de las pinturas, el
sonido y la gráfica tipográfica - podemos ver recreada en la pantalla esta
colosal obra del rosarino, velada para la mayoría porque Berni la quiso
así: en un espacio que no se sumara a los espacios de elite canonizados del
arte de hoy. El azar y la fatalidad quisieron que fuera su último trabajo.
Este calvario berniniano y estos modernos Jinetes que llegan al celuloide,
buscan despertar no solamente nuestro juicio estético y la difusión de un
postergado patrimonio nacional, sino la conciencia de una sociedad que
necesita construir una nueva realidad.