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La pasión según Antonio Berni

Pérez Tort reflexiona en esta nota sobre los murales de Antonio Berni del Instituto San Luis Gonzaga en General Las Heras.

Susana Pérez Tort | Crítica de Arte
21-may-2006

¿Por qué el católico venera imágenes y año a año cada Pascua se regodea con las múltiples crucifixiones que se teatralizan alimentando la morbosidad de muchos, en cada ciudad, cada país? ¿Es necesario que una era atravesada por las tecnologías recurra a ardides medievales para propiciar la fe como si el fiel aún fuera un iletrado? ¿Es posible que año a año se reitere el obsceno y casi subreal aviso emitido por la televisión: "crucifixiones cada tres horas", que son actuadas ad hoc en el porteño parque temático Tierra Santa? ¿Disneylandia tan sólo disfrazada por la palabra "santa"? Paradojas posmodernas.

Hay otros credos. Y aquellos no permiten que su dios o sus profetas se multipliquen en imágenes fáciles de prestarse a idolatría. Baste recordar el escándalo en las pasarelas de la moda en la que Claudia Schiffer desfiló una prenda bordada con fragmentos del Corán, o la más reciente batahola internacional por las caricaturas de Alá y Mahoma que se difundieron por la prensa.


Representar imágenes
Bellos, pero morbosamente bellos son las tallas de Cristos yacentes que nos hereda el barroco español y que "adoramos" en altares y retablos. Los trajo a América el conquistador. Crudeza de un realismo fácil para imantar al indio. Bellísimos los Cristos pintados del Tiziano, de Rivera o de Rivalta (El Prado). La imagen del calvario inspiró a artistas más o menos geniales, distanciados más o menos del melodrama, con más o menos talento. Memorable el Descendimiento de Van der Wayden (El Prado). Memorable el Cristo que Velázquez pinta para el convento de San Plácido (hoy en El Prado), con sus pies apoyados sobre una plataforma y de quien Ortega y Gasset dijera: "nunca Cristo estuvo tan cómodo en su cruz". Goya lo cita en el Cristo que pinta para su ingreso en la Academia. Atrevido el calvario de El Greco que crucifica a Cristo en el paisaje de Toledo. Romántica la crucifixión de Delacroix. Realista el descendimiento de Manet. Azul el de Van Gogh. Amarillo el Cristo de Gauguin. Surrealistas los Cristos de Dalí. Inmortales. León Ferrari crucifica a su Cristo en un caza bombardeo. Anatema.

El "buen gusto" del Renacimiento italiano eludía la representación del calvario y prefería otros temas sacros menos teatrales que aquél. Pero ya en la "arena" de Padua, Giotto anuncia el realismo que tendría el Humanismo y pinta una crucifixión en la que las Tres Marías lloran al pie de la cruz. Cosa nueva para ese esbozo del Renacimiento clásico, pintar los sentimientos. Miguel Ángel por el contrario, y en las postrimerías de ese mismo Renacimiento, concibe para su Pietá una María en calma, sostenida seguramente por la fe. Cosas del idealismo, esa trascendental calma mariana miguelangesca.

Pero mientras Italia prefería ocultar los temas que rozaban la tragedia, Alemania daba cauce una vez más a la expresión, se regodeó en ella y no es casual que el Expresionismo del siglo XX sea alemán. El Altar de Isenheim, la obra que inmortalizó a Mathias Grünewald, consagra a un Cristo lastimado, agonizante y lacerado, Cristo que es significativamente parecido - ¿una cita? - a los que pintó Antonio Berni.


Los Cristos de Berni
Antonio Berni no es un artista singularmente religioso, si por religioso entendemos a quien representa imágenes bíblicas. Sí es religioso si por esto entendemos al arte que se ocupa de representar temas que atañen al hombre sometido a otras cruces y otras espinas, semejantes aunque no idénticas a las bíblicas. Berni se ocupa de aclarar que la única interpretación posible de su obra es la política ¿Por qué pintó una y otra vez a Cristo en la cruz si no es por citar a los tantos crucificados cotidianos? Y políticas fueron sus pinturas religiosas.

En un óleo crucificó a Cristo en un garaje ("Cristo crucificado en el garaje") y lo vuelve a crucificar en lo que sería su última obra: los murales que pintó a pedido de los clérigos para la capilla del Instituto San Luis Gonzaga, en la localidad de Las Heras. Sobre uno de los muros una crucifixión muestra a un Cristo tan dolido y lastimado como aquel del altar de Insenheim. En el otro hay un Apocalipsis en el que los cuatro jinetes - ¿contemporáneos? - llegan a señalar el fin de los tiempos y el castigo divino. Como Soldi en Santa Ana de Glew, Berni lega con idéntica generosidad y desinterés pecuniario, la pintura de murales para una ignota capilla bonaerense. Singular.

No es dato menor que la última obra del genial artista rosarino sea religiosa, porque su Cristo como sus Jinetes no son bíblicos sino personajes cotidianos. Documentalista de la historia social de los argentinos Berni pinta junto a la cruz a su Juanito, el villero de vida postergada, vida privada y condenada al consumo de los deshechos de la gran ciudad, y desde que lo creó Berni reparó su vida con pinceles. Al pie de la cruz está Ramona, la mujer cuyo destino marginal fue prostituirse, y desde que la creó Berni repara la vida con su primera comunión, su casamiento, encajes y oropeles.

En el otro muro: el Apocalipsis. Con una visión singular del Evangelio según San Juan, los que cabalgan hacia el fin de los tiempos no son la peste, la muerte, el hambre y la guerra, sino el consumo, el derroche de los bienes materiales, la avaricia, el mundo posmoderno sumido en la obscenidad de los abismos sociales y económicos.

Seguramente este par de murales al abrigo de los sitios consagratorios del arte, son la Crucifixión y el Apocalipsis más cruentos jamás pintados, porque nos reflejan como espejos. Su Cristo agoniza flanqueado por ladrones (de guante blanco) y Ramona y Juanito son testigos de ésta como de tantas otras masacres cotidianas.

Singular herencia la de esta localidad de la provincia de Buenos Aires en la que una orden religiosa da lugar a que el Cristo de los cristianos pueda remitirnos a los menos visibles cristos cotidianos.

El cineasta argentino Martín Serra filmó, con el auspicio de la Universidad del Cine y el permiso del Instituto, el corto "Crucicalipsis". Con esta obra cinematográfica - en la que se amalgama la imagen de las pinturas, el sonido y la gráfica tipográfica - podemos ver recreada en la pantalla esta colosal obra del rosarino, velada para la mayoría porque Berni la quiso así: en un espacio que no se sumara a los espacios de elite canonizados del arte de hoy. El azar y la fatalidad quisieron que fuera su último trabajo.

Este calvario berniniano y estos modernos Jinetes que llegan al celuloide, buscan despertar no solamente nuestro juicio estético y la difusión de un postergado patrimonio nacional, sino la conciencia de una sociedad que necesita construir una nueva realidad. RosariARTE Contenidos. Fin de la nota.




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