Pilar Pérez busca la geometría controlada, dentro de un orden vibrante, en
el que posiciona el color, entendiéndolo como factor determinante de una
manera de ver la dialéctica de la forma. Su geometría es intensa, pero
dentro de una amalgama cromática en la que predomina la composición
equilibrada.
Busca dialogar con los alcances sensibles, con la predisposición a indagar
en los prolegómenos de la fuerza de la evidencia, de la determinación de la
proyección intensa de la forma contenida. Su discurso enlaza con las
necesidades inherentes a catalogar estructuras por su intensidad
vibracional, en orden al color, pero también a su disposición en el lienzo.
De ahí que sea importante tanto la fuerza cromática que encierran como
también la determinación de la densidad contenida en los intersticios del
color.
Emplea el color como dominante de una situación en la que todo es
mayestático, en el sentido de ser coherente con el discurso de lo sutil,
insinuado en la superficie, en la mayor evidencia de lo esencial. Lo
esencial es el color, la manera de disponer de él, dentro de estructuras
geométricas que se nutren de formas, que son concéntricas, que aparecen en
un discurso ordenado, en el que todo tiene su sitio, sin que pretenda
subvertir la composición. Le importa más el equilibrio, la simetría,
conseguir una sensación de control que fortalecer aspectos más
desequilibradores, en el sentido de renunciar al gesto, a la asimetría,
buscando incluir la libertad formal a partir de controlar el color, aún a
pesar de su innata tendencia a mostrar la fuerza que exhibe la propia
dinámica de lo complejo estructurado.
La forma es intensa, fuerte, consolidada, pero también, se nutre de lo
calculado, de la sutilidad de lo armonioso, de la sensibilidad en el
momento de emplazarla dentro de un contexto geométrico que posee carácter,
que tiene la fortaleza suficiente como para determinar el alcance más sutil
de lo emblemático contenido en la manera de captar la vibración cromática.
No renuncia a las propiedades intrínsecas del color. Tampoco rehuye la
utilización que hace de este, en el sentido de apoyar la capacidad
vibracional que posee, a partir de formas bien estructuradas, dentro de
planteamientos complejos, entendidos como partes de un todo que no se
resquebraja, dado que es sutil, pero evidente, concreto y definido.
Su posición pictórica está orientada hacia la fortaleza de la evidencia,
buscando la superficialidad de lo sutil en el emblema más sugerente de lo
polivalente, entendiéndolo como la fortaleza emblemática de lo insinuado.
No hay verdad en lo evidente, sino en la propia capacidad geométrica de
intentar apoyar el orden vibracional que emana del color, también de la
forma y de la conjunción de ambos. Incluso hay una necesidad inconsciente
de la artista de subvertir estos valores, pero, hasta el punto de
determinar una senda que es libre, que posee coherencia en sí misma, y que
a la vez, está definida, marcada, como si su destino ya estuviese decidido
a pesar de los atisbos de tolerancia, fuerza y ejemplaridad que emanan del
color, haciéndonos creer en primera lectura ansias de libertad en un
entorno en el que el hilo de oro nos guía con manifiesta perfección a
través del laberinto. Intenta y consigue profundizar en la mirada interior
del espectador a partir de exhibir las consecuencias del orden geométrico
dentro de planteamientos caracterizados por su coherencia intrínseca.