Albert Vergés indaga en los prolegómenos del concepto, buscando la
fuente de energía que lo impele a desbrozar las diferentes realidades que
nos nutren. Investiga en el marasmo de las ideas, de las teorías que nos
conducen a distintos caminos, que nos hacen saber cual es la determinación
evidente de las sendas.
Es un artista que reflexiona y que hace reflexionar, a partir de una obra
abierta, claramente extensible, en el aspecto de ser sutil en lo real, de
ser real en lo evidente, efímero en lo constante, constante en el segundo
de lo vibracional.
Es un creador que intelectualiza su obra, que la dota de instrumentos de
pensamiento, que favorece la reflexión en torno a los parámetros de
siempre, en el sentido de buscar comunicarnos aspectos serenos, sutiles, en
los que hay un cierto desquiciamiento, asimetrías, ideas vanas, reflexiones
que se sumergen en estados letales para luego surgir como sueños, en el
subconsciente y también en el consciente de la propia existencia.
Es claro y directo en un principio, pero, si nos fijamos con mayor
atención, vemos como, poco a poco, florece una cierta ambigüedad calculada,
que se nutre de asimetrías, que surge a partir de incógnitas no despejadas,
de interrogantes no respondidos y que deja abiertos, para que el espectador
se llene de actitudes, de predisposiciones más o menos ambiguas o
calculadas, en las que todo es posible, hasta la propia negación de lo que
no ve. Pero, en este contexto, predomina la actitud mental, en una obra
claramente cerebral, en la que todo tiene un cálculo, en la que destacan
los signos iconográficos basados en figuras y otros parecidos, símbolos que
no están pero que son determinantes en según que momentos, despejándose
todo ello cuando el espectador decide mirar más allá de lo ambiguo.
Su referencia es alegórica, dado que no pretende ser coherente en sí mismo,
sino dotarse de instrumentos para la reflexión a partir de la asimetría
dispar. Lo asimétrico es vagamente ineludible, en el sentido de que no hay
pretensiones de elaborar obra concienzudamente dispuesta sobre la tela,
sino que, a partir de ideas construye discursos plásticos basados en la
determinación de lo extraño, para dar mayor libertad de elección al
espectador a partir de una temática, que es claramente compleja, en el
sentido de que está dotada de la carga alegórica que pretende enseñorearse
de la propia plasticidad, para ser laberíntico en lo sutil, dado que lo
complejo no reside en el abarrocamiento de la forma sino en lo alambicado
de la idea. Y sus ideas son como rescoldos de una hoguera a punto de
desaparecer tras una noche de pasión intensa. No hay frialdad, pero tampoco
calor, es más, su obra se nutre de lo posmoderno en un contexto en el que
no hay distracciones, sino planteamientos plásticos encaminados a guiar al
espectador por los canales comunicativos de la serena contemplación.
El horror al vacío lo supera con su predisposición al color, en el que
delimita los alcances de su discurso, dado que pretende asentar una idea de
paramodernidad, dentro de una eficiencia pigmental, en la que lo importante
no es la investigación cromática y sus texturas, sino su empleo para
potenciar la fortaleza de lo actual en un contexto mental claramente
planteado para dar una idea de obra intelectualizada dentro de los
parámetros de lo visceral calculado.