La vida y sus secretos forman parte de la existencia y Francisca Blázquez a
través de su obra pictórica intenta descifrarla. Se trata de apuntar una
existencia vital, de colores evidentes, con predominio de rojos, verdes y
azules, contrastando con blancos, negros y amarillos.
Algunas de sus obras, se partan de la existencia galáctica, del espacio
sideral, de su adscripción metafísica, de la proyección espiritual, para
centrarse en una reivindicación biológica, vitalista, basada en
concepciones tan fundamentales como la existencia, el nacimiento, la
reivindicación del núcleo, del útero, de los aparatos sexuales considerados
formas geométricas comunicadoras de vida.
Colores fuego, apasionados, nutridos de sensualidad, de tonos sugerentes,
calientes, que fomentan la atracción, comunicación, necesidad de diálogo,
intensa y paradigmática voluntad de ir más allá de la propia evidencia,
para instalarse en pleno marasmo biológico.
También combina formas biológicas ancladas o posicionadas en la tierra, con
otras que sugieren lo mismo, pero adaptándolas al Dimensionalismo espacial,
como si flotaran, en ambientes sugerentes, contundentes, geométricos,
específicos pero, a la vez, sutiles. Su capacidad de recrearse en el
símbolo, de profundizar en la alegoría, de desbrozar un canto expresivo y
alegórico basado en la vitalidad resalta en una creación marcada por el
cosmos.
Planeta sangre, planeta de muerte y destrucción, planeta en el que para
vivir hay que matar, planeta tierra. Francisca considera al globo terráqueo
un planeta de muerte, donde la cadena ecológica está pensada para que todo
esté concadenado pero, está claro, que a nivel biológico significa que unos
y otros debamos matar para comer y sobrevivir. Somos interdependientes,
pero, a la vez, somos depredadores y depredados. Por esta razón la autora
del Dimensionalismo en 1998, es partidaria de configurar planetas de luz,
construir galaxias lumínicas donde la dualidad no predomine, en las que se
desterre la idea de muerte y emerja una actitud positiva, transformadora,
posicionada, bien nutrida de hábeas espiritual y hábeas lumínico, en la que
la armonía destaca, sobresale, en el sentido de que todo es luz y
superación mística. Todo ello posicionado dentro de una dinámica en la que
el dolor, la muerte o la violencia han dejado de tener sentido. De ahí que
también muestre, aunque sea de manera alegórica, otros mundos espirituales,
o el propio mundo de las almas, siempre en progresión infinita, elevándose
en distintas dimensiones, en un contexto donde no existe lo material y, por
lo tanto, el concepto de planeta biológico, planeta sangre, destructor y
maléfico. En ocasiones, quizás, es demasiado directa en sus creencias, es
decir que no admite formas intermedias, estadios de segundo orden,
condenando a la escala de grises, a las opiniones no directas al ostracismo
y prefiera defender lo determinante, sin ambigüedades. De ahí que su obra
dimensionalista sea una creación de luz, que admite la tecnología, que se
basa en el espacio, también en vivencias personales, asimismo en estados de
ánimo, pero contenga un mensaje claro: el predominio de lo espiritual.
Aún así cuando se encuentra más terrestre, se posiciona a favor de la
biología, mientras que cuando está trascendente, viaja a través de la luz
para hallar lo universal en lo emblemático contenido en el marasmo del
espacio infinito.
Autora de más de 5.000 obras pictóricas, fotografías, esculturas, montajes,
instalaciones, obra y animaciones artísticas digitales, con 35 exposiciones
individuales en su haber y más de 400 colectivas, su creación forma parte
de las colecciones más importantes de Europa y de algunos coleccionistas
particulares de Asia y América. Es multidisciplinar, partidaria de la
indagación en la fenomenología dimensional a partir de diferentes
disciplinas, para aproximarse con mayor precisión según los desarrollos y
alcances de cada una de ellas. Consciente de ser coherente con su tiempo se
convierte en pionera de la avanzada dimensional espiritual en un mundo
inmerso en continuos cambios.