El nuevo expresionismo de Joana Villaverde se recrea en los pliegues, en
las junturas de la piel de sus personajes, pero, también en la falta de
espacio, en los espacios cerrados, tormentosos, torturados, en la
incapacidad de salirse de los marcos establecidos, buceando en las
situaciones en las que nos sumergimos por falta de luz.
Sus visiones son atormentadas, a veces libres, pero sujetas a los pliegues
de la piel de seres que se muestran con naturalidad, en posturas
insinuantes, o bien biológicas, en ocasiones queriendo alcanzar la libertad
dentro de los límites habituales, en parámetros en los que todo es sutil,
sensual, pero, a la vez agobiante. En ocasiones nos muestra la sensualidad
de la falta de libertad, de personajes que capta en posición vertical desde
arriba, o bien, frontalmente, desde la perspectiva central horizontal del
espectador que se emplea a fondo en línea para constatar que la
estilización de formas y actuaciones no siempre corresponde con la
realidad.
Es una pintora que prefiere el contacto con todo tipo de sensaciones,
incluso con aquellas que nunca vemos pero que siempre ocurren. Los
pliegues, los pliegues del papel o tela, pliegues de la piel, de los
rostros surcados por arrugas de preocupación pero no derivadas del paso de
los años. Sus personajes no son muy viejos, sino actuales, contemporáneos,
pero sus expresiones son tan antiguas como la misma humanidad. Ejerce una
excelente labor de control del dibujo general, de las formas que conforman
y definen, orientan y delimitan, nos conducen y concentran nuestra
atención hacia los que están en otra galaxia, dentro de nuestro mundo, pero
al margen del mismo.
No busca el dolor, tampoco lo anti-natural, porque su visión de los
pliegues es tan simple como laberíntica es la vida. Es simple, porque es
natural, porque deriva de su afán de ver más allá de lo convencional. Pero,
a la vez, es compleja, porque la vivencialidad que representa y exhibe más
allá de los limites habituales que definen una manera de entender la propia
veracidad de lo expresado, se interesa por aspectos de la existencia
marcados por lo exultante y a la vez por la paradoja. De ahí que todo tenga
una visión pero, diferentes lecturas, dado que la propia dinámica de su
pintura establece distintas complicidades con el espectador.
No le interesa dilucidar fuerza sino enfatizar la capacidad de sufrimiento,
recrearse en lo inusual, en los detalles de lo escondido en los pliegues,
no tan solo físicos, sino también en los pliegues anímicos, de rostros,
seres, cuerpos y personas que se encuentran en una situación kafkiana, casi
bordeando el terror, la falta de oxígeno en mitad de su andadura de la
propia idiosincrasia vital que les conduce al abismo. Están en el abismo,
pero este no se muestra tal cual, sino que hay soledad, está la nada, y, en
la nada no está el vacío, sino la ausencia de energía. La energía no tiene
adjetivos determinantes, pero sí carácter diferente, Y la energía
contendida en los personajes de la creadora portuguesa deriva de su
interior torturado, de su propia amalgama de sugerencias basada en lo
infinito, en el vacío que nos toca y nos define, hasta el extremo de
convertirnos en panfletos de nosotros mismos, para salvar ante la sociedad
y ante nuestro yo más escondido, los escasos poros y pliegues de nuestra
piel que se encuentran al margen de la locura colectiva que parece
invadirlo todo.