Viajera profunda,
Francisca Blázquez se dirige hacia su verdadero yo,
indaga en su interior, se deja llevar, viaja a través de bosques de
palmeras verdes, de playas de arena blanca fina, de olas grandes, que
forman semicírculos, espacios donde el aire vacía las moléculas de agua.
Sueña con una escalera de sube peldaños hasta el infinito. O bien se
extasía ante la potencia de la ola del mar, de la grandiosidad de la
energía de la masa de agua que se desplaza en espiral, formando curvas,
puliendo superficies de las innumerables moléculas, buscando ir más allá de
sus ilimitaciones acuosas.
Enamorada del mar, su mirada se pierde en el horizonte, o en el fondo
marino, contemplando miríadas de peces, que se desplazan siguiendo las
corrientes, asimismo admira el vaivén de las algas debido a la incidencia
de la dinámica marina. Pero, a la vez, aunque el líquido elemento es
fundamental, también lo es el cielo azul, cubierto o no de nubes, de
concentraciones de agua, de millones de gotas de lluvia, transparentes,
cristalinas, esenciales, equilibradas, que van más allá de su propia acción
física.
Agua del mar, agua del Océano, agua de las nubes del cielo, agua de los
planetas de nuestro Sistema Solar, agua de otros sistemas de galaxias, agua
que es aire, tierra, fuego, amor y espíritu, De ahí que su obra pictórica,
elaborada en acrílico sobre tela, de colores contrastados y de evidente
personalidad, de fondos negros o blancos, de formas poliédricas,
asimétricas, extrañas y mágicas, conecte con diversas dimensiones, siendo
una auténtica embajadora de la luz celestial. Porque la luz es energía,
siendo ésta fundamental para transformar la materia, en una dinámica en la
que todo se halla en movimiento. Y la luz se muestra a través de las
formas, traspasándolas, iluminándolas con su halo protector.
No es partidaria del hieratismo, no cree en la limitación de lo sutil, sino
que destaca la libertad de lo evidente, que descansa en la fortaleza del
átomo, de las micro partículas y también del escenario universal inmenso.
No hay bondad sin estar relacionada con la armonía universal, con la
energía que interactúa en todo lo existente.
En ocasiones nos planteamos configurar repúblicas independientes, sistemas
políticos grandes, inmensos, inabarcables, casi situados en los extremos de
la vivencia. No hay voluntad de ser, sino determinación en la vibración que
no es la función del ser. En consecuencia, nos alejamos de la verdadera
interactuación con las energías del cosmos, de las fuerzas de la propia
evidencia de lo matérico, de las peculiaridades de lo emblemático. Mientras
que, en la pintura de Francisca Blázquez no hay evidencia, sino voluntad de
trascendencia, determinación en lo sugerente, porque en lo que se insinúa
es lo que se produce después.
Trabaja en diferentes disciplinas: en fotografía, destaca por su
Dimensionalismo barroco, mientras que en net.art, escultura, pintura,
instalación, animaciones artísticas y obra gráfica exhibe un
Dimensionalismo complejo, asimétrico, colorista, espiritual, en el que
predominan formas tecnológicas, elaboradas, algo frías, pero no distantes.
En su discurso constatamos como en la pureza de la forma destaca la energía
que se desprende con evidente sensación de fragilidad espiritual. Todo es
energía incluso la propia energía, de ahí que no haya definición perenne,
sino que esta se adapta a las diferentes mediciones y concepciones
artísticas que subsisten en la actualidad y que cambiarán, a buen seguro,
en el futuro, en un corto espacio de tiempo o en un lápsus mucho más
prolongado. Lo que sí es cierto es que la artista plástica madrileña es la
embajadora de la luz celestial, a partir de obras que transmiten claramente
fortaleza cromática, nutridas de formas contemporáneas, cuyo compromiso se
halla con el espíritu, para acercarnos un poco más a la gran verdad o
conjunto de verdades universales.