El lenguaje comienza con el discurso y, es así que, con la sola unión de 
palabras no surge el lenguaje; la poesía, en nuestro caso visual, propone 
con el discurso lo que las palabras no pueden expresar por si mismas. 
Marita Guimpel articula las imágenes con un argumento discursivo y poético, 
las obras cobran vigor en lo colectivo y en la visión testimonial, una 
muestra que deliberadamente no tiene título. 
En la Alianza Francesa se exhibe un puñado de fotografías donde conviven 
ligeros matices que rasgan a la memoria -registros que provocan un 
atractivo documental- invocando a la turbia presencia del olvido. Estas 
imágenes, en un silencio detenido en la añoranza, se vinculan (más allá de 
la valoración de lo técnico) con el sentido; virtual viaje a la niñez 
-evocación de la inocencia- y a la ausencia del cuerpo en un recorrido 
exploratorio de lo femenino.  
Guimpel es testigo y protagonista en las historias que habitan en su obra, 
allí laten sus propias visiones, ahí están sus recuerdos que, en la 
comunicación con el espectador, incita a un viaje íntimo, en ese susurro 
pareciera decir que el olvido es un mal sueño. Ella, entrañablemente, atiza 
la mirada, toca el latido del viento, sacude el cuerpo presente recurriendo 
a sus sentidos colmados de objetos queridos, sonidos y olores; época de 
enaguas blancas que crujen cargadas de almidón y vestidos de faldas largas 
-amplios envoltorios que enjoyan- con delicadas puntillas y generosos 
encajes, ese tejido ornamental y transparente; el cinturón de moño grande y 
el cuello destacado que enmarca la cara con bordados, como aquellos de las 
abuelas o de las tías solteronas que, entre suspiros y sollozos, tejían 
celosamente con prolijo cuidado pleno de afecto. 
Escena para un ceremonial y la recreación del ideario: la familia. Rituales 
hogareños de prolongadas veladas de tazas de té y licores caseros, en el 
viejo piano algunas que otras notas musicales y, un poco más acá, las 
melodías de moda desde el disco de pasta (con ruido a púa) en la victrola a 
cuerdas. Tiempos  de cánones fijos y de futuro previsible. 
Un relato sobre la memoria, mundo distante, mundo perdido, que detalla todo 
un marco social. Las prendas están presentes: los vestidos tableados, las 
transparencias, los blancos de algodón, las lanas con cuadrillé y botones 
de nácar...  Marita los acomoda como en un escaparate de tienda, los 
extiende, los dobla, les da volumen y resalta de ellos escogidos 
fragmentos. A través de la cámara, desde la lente, acciona el obturador 
para así captar el objeto de su interés en retazos. No evita confirmar que 
las telas, por algunos detalles amarillentos, han permanecido largos años 
guardadas amorosamente entre finos papeles y cajas etiquetadas; sutil 
evocación de la identidad perdida, el de la niñez. 
Para el cierre o el inicio, Marita nos propone un marco referencial:
 
 
Ahora 
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada.
No más las dulces metamorfosis de una niña de ser
sonámbula ahora en la cornisa de niebla
su despertar de mano respirando de flor que se abre al viento
He nacido tanto
Y doblemente sufrido
En la memoria de aquí y de allá.
 
del "Arbol de Diana"
Alejandra Pizarnik
 
Metáfora del alma, ente aislado del cuerpo, representado, en el caso 
separadamente, en el límite de la materia y del espíritu así alimentar la 
memoria y... disfrutar del viaje...
