Seres mágicos | |
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Seres mágicos
Hay un mundo anímico que Pere Parramón capta, introduciéndose en las
profundidades de los seres mágicos que lo habitan. En el bosque no solo son
árboles, sino los espíritus de los árboles. Asimismo como materia que son,
también transmiten energía, que transforma su propia conformación vegetal e
interacciona con las otras. La energía de los árboles se suma a la de las
plantas, flores, arbustos, animales, insectos, los cuatro elementos y el
ser humano que pasa por ahí de vez en cuando. Todo es sumar, confrontar y
de ahí, aglutinar propuestas que se vertebran en nuevas consideraciones
energéticas de mayor poder. Es como una cadena de reacciones, en la que
intervienen los supra seres de cada elemento mineral, vegetal y animal
existentes.
El ser humano siempre ha dicho que todo lo que existe Dios lo ha puesto
para su servicio. Pero es algo más que eso. Todo tiene vida anímica,
incluidos los minerales, y de ahí que, de la misma forma que todo está para
que el ser humano se beneficie y disfrute de ello, también sucede a la
inversa. Es decir que el ser humano existe porque interactúa con la
naturaleza y esta sale beneficiada. Es un todo, y lo que está arriba está
abajo y lo que está abajo está arriba. La energía se puede representar en
forma de espiral, en el sentido de ser como una lengua de fuego que permite
avanzar y desarrollar a la materia, transformándola, perfeccionándola.
No hay nada estático, el hieratismo no existe, porque significaría la
ausencia de dinamismo, es decir el estatismo, la muerte teórica de todo lo
que posee vida.
Pere capta los espíritus de la naturaleza, conecta con sus energías, con su
gran alma, y de ahí que represente a sus elementos con tanto cuidado, con
una especial atención a la belleza de cada cosa. Sus flores parecen tocar
el cielo; sus árboles son como columnas de cristal transparente, por su
belleza. Los animales, sus caracolas, son como instrumentos del ser que
habita en todo y en todos. Caracolas de comunicación, que emiten sones, que
se expanden a través de mares, océanos, montañas y valles.
La música se enseñorea de los paisajes, desgranando notas afinadas de
melodías espectaculares, de composiciones que superan la audición normal,
dado que están dirigidas al interior de las almas.
Hay un silencio que domina en todas sus composiciones. No se trata de un
silencio de muerte, sino de vida, de quietud, de paz, correspondiente a un
alma que mira con determinación, pero, que sabe ver mucho más allá de las
circunstancias.
Exhibe los gritos de la calma, la serena predisposición a conectar con el
más allá, porque en el mundo de apariencias en el que estamos, si hay
armonía se abren canales de comunicación hacia otras dimensiones. Ahora
bien, si nos preocupamos excesivamente por las necesidades biológicas y
materiales de este mundo, los canales se van cerrando paulatinamente. Si
mantenemos una actitud de firme compromiso con la dinámica de la vida,
pero, a la vez, con nuestro interior, se produce el equilibrio.