La magia que ofrece y genera una sala de proyección, "
el Cine", no se puede
recrear en ningún otro espacio. Para los cinéfilos y fanáticos del goce de
sentarse a "disfrutar" ese magnífico momento, ese ritual es, a veces,
"sagrado". Y para quienes simplemente lo disfrutamos sabiendo que las
condiciones de la sala, el estar rodeado de los otros espectadores en igual
actitud de íntima participación y hasta las decepciones de las expectativas
no cumplidas no se pueden reproducir en ningún otro lugar, "
el Cine"
también es como un lugar de culto.
Confieso que me asalta una sensación de ridiculez, por demás de molesta,
porque me siento ridícula al expresar estos conceptos cuando recuerdo la
última vez que fui a disfrutar de ese "momento mágico" y a mi izquierda se
sentaron dos jóvenes con sendos 'lomitos' humeantes de los cuales brotaba y
se esparcía un aroma que, en otras circunstancias, tal vez hubiera
resultado agradable. También recuerdo en el medio de un silencio de uno de
los mejores filmes del 2003, un barullo proveniente del cartón de 'pororó'
de mi vecina (también ubicada a mi izquierda) con el consiguiente aroma
exhalado antes, durante y casi finalizada la proyección. Y estas
experiencias las he vivido y continúo viviéndolas cada vez que asisto a ver
una película. Puede que a mucha gente le parezca gracioso y otras lo
consideren un mal necesario de estas épocas donde el paisaje de los cines
ofrece tentadores productos alimenticios para deglutir; claro que el
detalle es que se lo va a hacer dentro de la sala, con el filme
proyectándose.
Estos fenómenos que se van incorporando a la vida cotidiana
y parecen encontrar al público un poco distraído, creo que denota en
primera instancia una falta de respeto hacia varios componentes de lo que
representa la vida en sociedad. Seguramente la sociología se está ocupando
de esto y estará dando respuestas con fundamentos teóricos
interesantísimos. Yo lo abordo desde el sentido común y concluyo que lo que
se está dando es la falta de consideración por el otro y la falta de
respeto por la misma obra que se está disfrutando o tratando de disfrutar
sin esas procaces interferencias externas. En estos ámbitos donde se
concentran las mas variadas expectativas y donde se acude para disfrutar de
la oferta cinematográfica más allá de los valores artísticos o de taquilla,
creo que se evidencia esa gradual degradación que nuestra sociedad está
experimentando respecto de la consideración por el otro. Ya es antigua la
discusión del "fumador - no fumador" en los espacios públicos, ya nos hemos
resignado (o: ¿nos hemos resignado?) a tener que soportar el humo de
nuestros vecinos en restaurantes y bares. Ahora tendremos que comenzar a
soportar toda la variedad de menúes gastronómicos con sus aromas y sonidos
corporales mientras tratamos de escuchar qué susurra el protagonista del
film que tratamos de seguir a pesar de las interrupciones que nos provocan
los constantes rasqueteos para pescar los últimos granos de pororó?
Insisto. Creo que esto supera los hallazgos que pueden darse en la
fenomenología del comportamiento de una sociedad. Creo que es un retroceso
hacia el individualismo y el qué me importa en el que se instala la mayoría
de los conciudadanos que minimiza estas actitudes. Y claro que podríamos
darle un abordaje mucho más "científico", pero otra vez insisto, hay muchas
actitudes que más que ser explicadas deben ser replanteadas desde el
sentido común. Así como molesta la cabeza del que se sienta delante, así
también molestan el ruido y el olor de los productos alimenticios que se
consumen dentro de la sala.
¿Y para qué darle mas vueltas al asunto? ¿Por qué hasta hace poco tiempo
molestaba el ruido del papel del caramelo que con sentimiento de culpa el
espectador desenvolvía tratando de que pasara inadvertido?
Eso es lo que me pregunto yo ahora que extraño esa... "sutileza".