De un modo casual, el hombre primitivo descubre en el entorno que lo rodea
que los objetos pueden producir sonidos. De esta manera, llegan hasta
nosotros innumerables testimonios de instrumentos musicales, mientras que,
sin embargo, no existe el menor rastro de la música que se producía a
través de éstos. Así, los instrumentos constituyen un campo de
investigación mucho más preciso que el ofrecido por la música de los
hombres primitivos.
Los primeros instrumentos musicales fueron, en su origen incipiente,
aquellos objetos y utensilios que de un modo u otro -al entrechocarse,
frotarse o percutirse- generaban sonidos. Incluso, los hombres primitivos
llegaron a percutir partes de sus mismos cuerpos, notando que se producían
sonidos diferentes si se percutían tales o cuales partes, y que generaban
diferentes alturas.
Además, las excavaciones arqueológicas han permitido conocer ejemplares
antiquísimos. Claro que para éstos, siempre es posible trazar una línea
aproximada de desarrollo, ya que su construcción presupone una técnica manual
totalmente semejante a la usada por la manufactura de otros
utensilios, como arcos, flechas, hachas, arados.
¿Cuáles fueron entonces los primeros instrumentos musicales? Como ya se ha
mencionado, los objetos, utensilios y hasta el mismo cuerpo del hombre
que, de modo accidental o en forma deliberada, podían producir sonidos: dos
piedras golpeadas entre sí, el sonido de las pisadas sobre la tierra
durante la marcha, las palmadas, las diversas entonaciones de la voz, los
ruidos-sonidos que ellos notaban se generaban en sus actividades cotidianas
de caza, cosecha, combate, ritual... Y a propósito de las danzas rituales:
mucha importancia tuvieron los objetos que servían para ornamento
de los danzantes, incorporados, por casualidad al principio, y añadidos
después, deliberadamente, para marcar mejor el ritmo de las danzas:
cascabeles formados por materiales diversos y sujetos en las manos, en las
muñecas, en la cabeza, en las piernas o en los pies; semillas, huesos de
frutas, piedras pequeñas, conchillas, huesos. Estos elementos consiguieron
rápidamente su autonomía, dando origen a una gran variedad que puede
encasillarse dentro de la familia de los idiófonos
(
este tema acerca de la
clasificación de los instrumentos se desarrolla en la nota Los instrumentos musicales (segunda parte)).
No obstante, y en una fase más avanzada de civilización, encontraremos
instrumentos construidos a propósito por el hombre, con el único fin de
producir sonidos. Tal vez, interpretaban al sonido como un fenómeno
demasiado extraño y misterioso como para producirlo sin precauciones o sin
determinada finalidad, y es por eso que se interpretaban en circunstancias
especiales. Esto puede relacionarse con el hecho que durante mucho tiempo
fue exclusivo privilegio de médicos o hechiceros la interpretación de
melodías o la ejecución de ritmos. Evidentemente, tal vez esta situación
constituyó para ellos un impedimento para la experimentación de nuevos
instrumentos, al considerarlos capaces de trastornar el orden y armonía de
la naturaleza.
Y si avanzamos un poco más, esto nos puede conducir a pensar que la mera
idea de construir un instrumento capaz de producir sonidos es ya un signo
de civilización. Entonces, el interrogante que se nos presenta ahora es:
¿Cuándo, en qué momento, la música dejó de ser una imitación de la
naturaleza, para empezar a convertirse en arte? ¿Tal vez, cuando el hombre
comenzó a plantearse, de un modo científico, interrogantes acerca de los
fenómenos naturales, respondiendo a ellos de un modo racional?