Cada hora de la historia adoptó un formato, un soporte, para "sostener" y
hacer visible, objetiva, la obra de arte.
Se transitó de la piedra al papiro, del mosaico al fresco, del muro al
retablo y de éste al lienzo que pervive hasta nuestros días.
El soporte de una obra impone un modo de exhibición, una objetivización,
-¿fundamental o sólo posible?- que redunda en una manera propia de
vivenciar y/o adquirir o tener la propiedad de la obra de arte.
Ningún formato de la historia fue ajeno a los paradigmas de su tiempo.
Conviene por lo tanto prestar atención a cómo cada paradigma epocal se
vincula a los formatos de exhibición de obra, guardan los formatos y
soportes una íntima relación con qué uso o función cumple la obra en cada
tiempo.
El soporte mural, pintura, mosaico, vitral, privilegia un modo de
exhibición pública, ya que el soporte está ligado a la arquitectura. La
obra así expuesta, así expresada, se percibe de una manera vivencial, para
percibirla es necesario el recorriendo de un espacio físico. El destino de
la obra queda ligado al de la supervivencia del edificio en el que se ha
realizado y también la propiedad de la misma es en esos casos, o bien
público o de quien o quienes sean dueños del muro que la soportaba.
Recordemos el azaroso destino de las pinturas "negras" de Goya, ligadas a
los muros de la Quinta del Sordo, el infausto destino de nuestro
"Ejercicio Plástico", la destrucción del mural de Diego Rivera en el Rockefeller
Center de Nueva York y realizado parcialmente, a modo de reparación
histórica, luego en el Palacio de las Bellas Artes del Distrito Federal de
México. Vitrales, mosaicos, frescos, pinturas murales, confinadas al
destino de los muros que las contienen.
La obra de arte en la Edad Media occidental cumplió funciones
confesionales, hasta profundizada la Modernidad no se hacía arte sino para
catequizar, expresar o profundizar la fe cristiana y el poder de su
administradora, la Iglesia.
Hasta llegar la Modernidad la obra no es solamente un objeto de
contemplación, sus funciones confesionales, le dan otro sentido, cumplen
otro objetivo. Recién con el advenir de la economía de mercado y el
capitalismo moderno, la obra deviene objeto de compraventa, objeto de
consumo. El arte de la economía de mercado, pasa a ser parte de la ley de
la oferta y la demanda, mientras menos hay de algo, más valdrá en el
mercado, y la obra de arte es única o limitadamente repetible.
El advenimiento de la tabla y más tarde el lienzo materializaron un nuevo
soporte y modo de exponer, pero también un modo de posibilitar el cambio de
dueño del objeto de consumo que de ahí en más fue significativo del
panorama económico social moderno y también fijó la identidad de la obra de
arte con el genérico "cuadro", que llega hasta nuestros días.
En el siglo XV nacía el "cuadro", estático, dirigido a un espectador
estático, y con un formato factible de ser objeto de compraventa. Estos
principios fueron la respuesta del arte a la sociedad capitalista que
florecía con el Renacimiento. El formato "cuadro/pintura de caballete" era
y es aún hijo de la voluntad de cotizar la obra de arte y facilitar su
compraventa, privilegian el sentido matérico de una obra, la obra en cuanto
objetivización de una idea, sentimiento en una imagen.
Cuando Benjamin escribió su "La obra de arte en la era de la reproductividad",
lejos estaba de concebir el nuevo mundo digital que se
instaura como uno de los paradigmas del tiempo que nos ha - para bien o
para mal - tocado protagonizar. La unicidad de la pintura y el valor, el
"aura" que tiene el original, se encuadra dentro de las leyes económicas
del mercado en el que, como dijimos, a mayor demanda de un único objeto,
mayor su valor. Sólo cambiando las leyes del mercado, o arrancando al arte
de su identificación con el objeto de consumo, podría mudar ese escenario.
Quien compra una obra única, una pintura, un dibujo, tiene el "objeto" que
la materializa (el cuadro). El paradigma de la Era Moderna que lo vio nacer
dio sentido a este tipo de soporte, en el cual la posesión de la "obra" se
relaciona con el vehículo material que la hace posible. Cuando se compra o
se vende la tela, lo que cambia de manos es la materia que la sostiene, no
la imagen que la obra es. ¿O acaso la obra es imagen enhebrada con su
soporte material? . La reproducción de una obra, ¿el la obra? No, no lo es
desde el paradigma materialista en el que nace la concepción del "cuadro"
como soporte de la obra de arte que tiene como paradigma las leyes del
mercado. El "cuadro" estático, inactivo y plano, (exquisito objeto con el
que podemos convivir, deliciosa posesión material), llega al mundo de hoy y
lo rige aún.
Si el "cuadro" nace y se identifica con el paradigma cultural de la
Modernidad, cabría preguntarse si la Posmodernidad no debería encontrar,
difundir y profundizar nuevas formas de materialización o sostén de las
imágenes, que pudieran estar más cerca del paradigma epocal de nuestro
tiempo, definido ya como la Era de la Información.
Un "cuadro" no permite más acción o interacción por parte del espectador
que la contemplación visual.
No es necesario una diatriba contra el cuadro, el placer intelectual ,
sensorial, hasta físico que nos despierta la contemplación de la obra de
arte en su formato cuadro, es y será. Cabe sin embargo meditar sobre la
posibilidad de sumar medios de expresión, difusión y apreciación,
comercialización de la obra de arte y también sobre los siglos que pesan
sobre un formato que nació antes que nosotros.
Si el modo de exhibición de una obra de arte es fiel a los paradigmas
culturales de su tiempo, la pintura de caballete podría seguir siendo
"legítima" en tanto y en cuanto la economía de mercado sigue rigiendo la
vida contemporánea.
Las nuevas tecnologías, sin embargo, abren un panorama que ha impactado en
nuestra cultura y que el arte no puede enajenar. ¿Es racional seguir
exhibiendo obra tal cual se impuso quinientos años atrás?. Lo es
seguramente en tanto y en cuanto sea funcional a los artistas y su arte,
pero podemos abrirnos, como lo hizo la propia Modernidad al paradigma de la
hora.
Los medios digitales abren un panorama que son seguramente el idioma de
nuestro tiempo, éste nos permite "protagonizar la imagen", no sólo
percibirla. Seremos fieles a nuestros días si hallamos nuevos soportes para
exhibir arte y/o interactuar con la obra. El desafío de nuestro tiempo -
que no ha excluido la economía de mercado, sino la ha potenciado - estriba
seguramente en encontrar nuevas formas de exposición que, incluyan las
nuevas tecnologías y que permitan, no sólo exponer sino "adquirir" la
imagen de una obra de otro modo no canónico. La obra de arte plástica puede
hoy multiplicarse como si fuera un libro o un disco grabado, formando parte
de la industria cultural denostada por los intelectuales de principios del
siglo pasado, cuando nacían los primeros desafíos tecnológicos de
reproducción y cambiaba el paradigma cultural. Seguramente nunca se perderá
el aura de la contemplación del original, pero como la industria editorial
del texto o discográfica, la obra de arte puede ofrecer otros formatos de
exposición que sumen los canónicos.
El mercado de arte se reduce, es elitista, mal que nos pese a los artistas
que somos arte y parte en este arduo camino en el que huelgan los mecenas.
Tal vez, para bien o para mal estemos en el umbral de un nuevo tiempo, de
nuevos formatos, de una nueva relación del artista con su obra, y del
artista con el público. Largamente anunciada la muerte de la pintura de
caballete, seguirá con vida, y se celebra. Seguramente también
transpondremos puertas que están allí y se abren con sólo tocarlas.