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Pere Parramón

Pere Parramón, el onirismo simbólico con alegorías y la aproximación a la otra realidad al hilo de lo sutil

Joan Lluís Montané | Crítico de arte
13-jul-2006

Seres mágicos

Seres mágicos

Hay un mundo anímico que Pere Parramón capta, introduciéndose en las profundidades de los seres mágicos que lo habitan. En el bosque no solo son árboles, sino los espíritus de los árboles. Asimismo como materia que son, también transmiten energía, que transforma su propia conformación vegetal e interacciona con las otras. La energía de los árboles se suma a la de las plantas, flores, arbustos, animales, insectos, los cuatro elementos y el ser humano que pasa por ahí de vez en cuando. Todo es sumar, confrontar y de ahí, aglutinar propuestas que se vertebran en nuevas consideraciones energéticas de mayor poder. Es como una cadena de reacciones, en la que intervienen los supra seres de cada elemento mineral, vegetal y animal existentes.

El ser humano siempre ha dicho que todo lo que existe Dios lo ha puesto para su servicio. Pero es algo más que eso. Todo tiene vida anímica, incluidos los minerales, y de ahí que, de la misma forma que todo está para que el ser humano se beneficie y disfrute de ello, también sucede a la inversa. Es decir que el ser humano existe porque interactúa con la naturaleza y esta sale beneficiada. Es un todo, y lo que está arriba está abajo y lo que está abajo está arriba. La energía se puede representar en forma de espiral, en el sentido de ser como una lengua de fuego que permite avanzar y desarrollar a la materia, transformándola, perfeccionándola.

No hay nada estático, el hieratismo no existe, porque significaría la ausencia de dinamismo, es decir el estatismo, la muerte teórica de todo lo que posee vida.

Pere capta los espíritus de la naturaleza, conecta con sus energías, con su gran alma, y de ahí que represente a sus elementos con tanto cuidado, con una especial atención a la belleza de cada cosa. Sus flores parecen tocar el cielo; sus árboles son como columnas de cristal transparente, por su belleza. Los animales, sus caracolas, son como instrumentos del ser que habita en todo y en todos. Caracolas de comunicación, que emiten sones, que se expanden a través de mares, océanos, montañas y valles.

La música se enseñorea de los paisajes, desgranando notas afinadas de melodías espectaculares, de composiciones que superan la audición normal, dado que están dirigidas al interior de las almas.

Hay un silencio que domina en todas sus composiciones. No se trata de un silencio de muerte, sino de vida, de quietud, de paz, correspondiente a un alma que mira con determinación, pero, que sabe ver mucho más allá de las circunstancias.

Exhibe los gritos de la calma, la serena predisposición a conectar con el más allá, porque en el mundo de apariencias en el que estamos, si hay armonía se abren canales de comunicación hacia otras dimensiones. Ahora bien, si nos preocupamos excesivamente por las necesidades biológicas y materiales de este mundo, los canales se van cerrando paulatinamente. Si mantenemos una actitud de firme compromiso con la dinámica de la vida, pero, a la vez, con nuestro interior, se produce el equilibrio.





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