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ARTE & PARTE. El arte después del D20




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Arte digital: Incumbencias

En esta segunda nota, de una serie de 3, Jorgelina Hazebrouck, nos expone sus reflexiones sobre la relación entre nuevas tecnologías y arte, en particular sobre lo que se ha dado en llamar arte digital.

Jorgelina Hazebrouck | Licenciada en Bellas Artes
11-jun-2004

La apreciación socrática sólo sé que no sé nada se hace presente de manera constante en los diferentes ámbitos de incumbencia del arte digital: cada autor, cada espectador, cada crítico o promotor de arte, debe actualizar y profundizar sus conocimientos permanentemente, con la certeza de que en el universo de la tecnología digital, quizás más que en cualquier otro, las posibilidades se multiplican más velozmente que en tiempo real...

No obstante los tiempos personales deben ser respetados, ya que nada indica que la creatividad y el criterio personal puedan ser acelerados por mecanismos externos.

Ninguna vorágine desenfrenada conduce a buenos términos y es necesario tener en claro que ni el mayor conocimiento de la herramienta, ni el equipo más moderno, poderoso y actualizado garantizan por sí mismos mejores resultados. El riesgo de caer en la trampa del efectismo acecha tenazmente y el único conjuro ante esta tentación pareciera ser proceder con inteligencia, prudencia y reflexión crítica.

El arte digital desde diversos puntos de vista ha llegado para derribar fronteras.

El arte digital se ha encontrado en manos tanto de jóvenes valores como así también de artistas plásticos de renombrada tradición pictórica o escultórica que han sido seducidos por esta herramienta que encontró el espacio perfecto con el auge o popularización de la computación.

Tradicionalmente, las Bellas Artes fueron ejecutadas por pintores, escultores, grabadores. A mediados del siglo XIX con el surgimiento de la fotografía comenzó una revolución respeto a las posibilidades técnicas y a la interacción de las diferentes técnicas y herramientas artísticas, pero es en la actualidad cuando esta apertura de relaciones encuentra su apogeo. De la mano de la tecnología digital, es que el arte está en manos de todos ellos -pintores, escultores, grabadores, fotógrafos artesanos y diseñadores calificados-, pero también de arquitectos, ingenieros en sistemas, diseñadores de objetos y jóvenes con ganas... Los primeros aportan su acervo artístico, otros su experiencia en cuanto a la luz, otros su adecuación a un fin utilitario, otros sus conocimientos de psicología visual y marketing, otros la organización de los espacios, otros sus profundos conocimientos de la herramienta informática y la nueva generación su espontaneidad. Además en este ámbito inmerso en la cultura digital, que abarca, además, casi todos los aspectos de la vida- se considera artista a quien gestó la idea en cuestión más allá del ejecutor primario de las imágenes utilizadas. Esto no es una novedad exclusiva del arte digital, ya que si bien en su momento causó controversias, son sobrados los argumentos sobre la autenticidad en la autoría artística con la sola concepción de la obra (recordar Rodin, Duchamp, etc.) Si bien hay autores que utilizan la tecnología digital para intervenir imágenes propias ya sea que provengan del mismo medio digital o de uno de los tradicionales; también existen quienes -sin poseer ideas a priori- navegan por los espacios o ciberespacios, buscando, a manera de catálogo, imágenes para apropiarse. Más allá de las connotaciones éticas, legales e inclusive, en el caso que esta actitud respondiera a un criterio determinado previamente, el cual no es posible analizar de manera masiva o generalizada, sí podemos explicar esta situación mediante un nuevo perfil, el del autor descentrado 1 o bien, el gestor estético, que desde allí, en muchos casos, denuncia o bien, manifiesta la pérdida de la originalidad y el ímpetu de lo que podría llamarse indiferenciación. El arte digital está inserto en la cultura de la descarga perpetua de lo efímero o transitorio y parecería necesitar no tanto de la figura del autor como de la del modificador, no tanto del creador, como más bien del ajustador o del renovador.


Las características del arte digital han acercado también, una nueva cantera de espectadores. Si bien es cierto que muchos de los tradicionales seguidores de pintura, escultura y artes clásicas aseguran no sentir atracción alguna por estas manifestaciones, también es cierta la diversidad del nuevo público que acude a las citas en torno al arte digital. Sin dudas el público joven -la referencia no es exclusiva a la edad cronológica- es el que ha incrementado mayormente su presencia. Uno de los motivos es -hecho ya instalado en esta cultura digital- la necesidad de consumir vorazmente objetos o imágenes y el otro, muy probablemente sea la capacidad interactiva de las muestras artísticas actuales. La cuantitativamente destacable afluencia de espectadores, no se trata solamente del aumento de la capacidad exhibitiva de las obras de artes debido a su reproducción técnica, como ya pronosticaba Walter Benjamín desde sus discursos de 1989, sino de otros elementos que se relacionan específicamente con esta nueva estética: Entre las múltiples posibilidades de obras concretadas mediante la tecnología digital, coexisten aquellas que trascienden las coordenadas del color y la forma, con una intencionalidad determinada y que permitirán distintas reflexiones por parte de una amplia gama de espectadores, ya sean estas previstas o no. Esto implica un tiempo necesario de observación que a veces se sucede en oportunidades posteriores necesarias para su interpretación. También coexisten otras obras donde el factor impacto es tan grande que monopoliza la percepción, la inmediatez se convierte en una condición sine qua non y muchas veces queda invalidada la consiguiente reflexión respectiva. Son muestras donde, ya sea por una previsión del creador o presentador, o simplemente, como consecuencia resultante, las muestras "consumen" una cantidad muy apreciable de espectadores que dedican sólo los instantes mínimos necesarios a la observación. Este tipo de obras, que muchas veces sólo pueden considerarse artísticas por su presentación en esa categoría, son festejadas por un público novel en el ámbito artístico y habilitan, sin dudas a críticos y estudiosos para justificar esta situación.


En artes y en otras ciencias inexactas las reglas se hicieron para ser quebradas. Es ahí dónde surge la cuestión sobre la autoridad que habilita a la reflexión. Tenemos, habitualmente, por válidos los criterios de quienes compendian el acontecer artístico desde sus inicios. En momentos como este, el arte digital se valora también desde otros parámetros. La intervención de profesionales con otros encuadres en el ámbito de la crítica y promoción de arte produce una diversidad de opiniones y apreciaciones donde todo puede ser posible. Ni siquiera el instituido mercado de arte pone valores a las obras, lo hace el "otro mercado" a través de organizaciones, empresarios o directivos de nuevos ámbitos conscientes de que el impacto o la sorpresa son, por estos momentos, más relevantes que el color y la forma. Personalmente creo que los filósofos y críticos de arte tienen una gran tarea por delante, que consistirá en volver su mirada hacia el arte digital, no ya como una amenaza, sino como una realidad establecida de la cual surgirán otros criterios muchos más interesantes que los que provienen de la fobia tecnológica y que, sin dudas, ayudarán a colocar nombres concretos y a poder conversar más cómodamente entre quienes obramos arte digital, quienes si bien intuitivamente descubrimos y apreciamos circunstancias interesantes, no somos los expertos en describirlas con palabras, porque esa es, justamente la función de ellos. La mayoría de quienes trabajamos con estas técnicas tampoco coincidimos con la postura exitista de muchos promotores de arte que confunden - a la manera hegeliana- éxito con existencia. Hay veces que se percibe un gran desasosiego ante la justificación de la obra artística sólo por el éxito, causalmente efímero y/o superficial. No es eso lo que esperamos quienes estamos trabajando duro y a conciencia para hacer un ARTE con valores y sustento, pero a través de las herramientas del arte digital.


El breve análisis de los perfiles de autores, espectadores y promotores de arte digital nos lleva a una cuestión íntimamente relacionada. Un aspecto poco frecuentemente considerado en las artes plásticas previas a la tecnología digital: el tiempo. Duración es una condición que hasta hace poco sólo era propia de las presentaciones musicales, obras de teatro, películas y -en el ámbito de la plástica, por ejemplo:- una performance. Se sumaron a esta categoría muchas obras de arte digital: las que consisten en proyecciones lumínicas o de imágenes, las que se desarrollan en la pantalla del monitor de la computadora, etc. Pero además existe otro aspecto relacionado con el tiempo, ya no con el de exhibición de la obra de arte sino respecto a la perdurabilidad. Partiendo de los autores, consensuada tácitamente por los espectadores y aún por los promotores de arte digital queda planteada -de alguna manera aunque no exclusivamente- la nueva jerarquía que ocupa la durabilidad. Es cierto que muchos artistas ejecutan obras digitales mediante un cuidadoso sistema de impresión, calidad del soporte y presentación a través de las cuales, sin dudas, persiguen conservarlas durante - si bien no la eternidad- cierto tiempo conveniente y jerarquizando -al estilo tradicional- la variable temporal. Pero, paralelamente, hay obras planteadas para que sólo existan durante el período en que son exhibidas; lejos quedó, en esos casos, la pretensión de utilizar elementos que sobrevivan al propio autor, menos aún que trasciendan generaciones y formen parte del acervo cultural con vistas al futuro. Muchas de estas obras efímeras, inclusive, estimulan y reafirman desde su propio mensaje la condición descartable. Dicho con otras palabras se estaría manifestando una opción alternativa a la estética de las apariciones -tradicionales obras de escultura, pintura, etc.- con una estética de las desapariciones, recientemente relacionada respecto a las artes plásticas, indiscutiblemente instalada en algunas de las demás Bellas Artes.


Desde el punto de vista ortodoxo, las incumbencias del arte digital, respecto a la autoría, al público receptor y al ámbito de promoción, se han flexibilizado de manera tal de propiciar un vale todo. Si es nuestro deseo -como artistas plásticos- que nuestras obras digitales se consideren ARTE, deberemos despejar el campo, evitar el facilismo y construir instancias sólidas sobre la base del conocimiento, trabajo e investigación. Aprendamos aún de quienes ven las amenazas del progreso o de la cibernética. No con sentimientos de culpa por disfrutar de un hacer que para otros es sólo una amenaza, una demostración de poder, riqueza y velocidad, sino para que podamos permitirnos e invitar a los presuntos opositores a reflexionar sobre el mundo de relaciones que se posibilitan a partir de estas prácticas: la realidad y la ficción, tan juntas como nunca se hubiera podido imaginar, conviviendo de diferentes maneras y generando algo totalmente nuevo que puede llevarnos a re-pensar tanto la realidad conocida como la ficción inimaginada, tanto los valores "incuestionables", como los simplemente "olvidados".

Sólo desde una posición sólida, coherente y responsable los resultados escribirán el capítulo correspondiente a esta historia. RosariARTE Contenidos. Fin de la nota.




Bibliografía:
  • Andrew Darley, Cultura Visual Digital. Editorial Paidós 2002
  • Paul Virilio, El Cibermundo, la política de lo peor. Editorial Cátedra, colección Teorema. Madrid 1997
  • Paul Virilio, La carrera suicida del tiempo. Primer Plano, 26 de mayo de 1996
  • Walter Benjamín, Discursos interrumpidos I. Editorial Taurus, Buenos Aires, 1989
  • Jorge Fernandez Chiti, Diccionario de Estética de las Artes Plásticas. Ediciones Condorhuasi, Buenos Aires, 2003
  • Jorgelina Hazebrouck, Artículo: Nuevas Artes. Periódico Arte al Día, Julio 2002
  • Fermín Fèvre. Artículo: Exitismo. Periódico Arte al Día, Julio de 2003




Nota:
Este artículo fue seleccionado para el SIGRADI 2003, con la calificación de 8 puntos y con los siguientes comentarios del jurado:

Reflexionar sobe lo que sucede en cualquier área relacionada con las nuevas tecnologías es un desafío severo. Los autores (o el autor) lo señalan desde el principio: la vorágine de los cambios supera los tiempos humanos. Sin embargo, se vuelve imprescindible en todos los campos y especialmente en los que atañen a la creación (artística o no) mediada por estas tecnologías.

Todavía la valoración de la obra digital está muy impregnada por el impacto de los efectos que las computadoras permiten. La crítica, los críticos, deben rediseñar sus herramientas de análisis. Repensar cómo separar (si resultara necesario), la creación de los artificios y chisporroteos efectistas.

La reflexión que propone la presentación ayudará a que, aunque sea temprano para respuestas, comencemos a dibujar las preguntas que hoy nos faltan.

Por razones estrictamente personales de la autora no fue presentado en ese seminario internacional.




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